El lunes 2 de
diciembre, en la Capilla del Seminario Mayor San José de Quito el Señor Nuncio
Apostólico, Mons. Andrés Carrascosa presidió la Eucaristía, en la cual Mons. David de La Torre, Obispo electo, hizo su profesión de fe y el juramento de fidelidad ante el Crucifijo, antes de recibir la ordenación Episcopal que será el sábado 7 de diciembre.
Apostólico, Mons. Andrés Carrascosa presidió la Eucaristía, en la cual Mons. David de La Torre, Obispo electo, hizo su profesión de fe y el juramento de fidelidad ante el Crucifijo, antes de recibir la ordenación Episcopal que será el sábado 7 de diciembre.
Monseñor David Israel de la Torre Altamirano, es el nuevo
obispo auxiliar de Quito. Es sacerdote de los Padres de los Sagrados Corazones,
El Padre
David Israel De La Torre Altamirano nació en Quito, el 8 de noviembre de 1972.
Realizó sus estudios primarios en la Escuela Particular “Asociación Cristiana
de Jóvenes, secundarios en el Colegio Fiscal “Juan Pío Montúfar” y superiores
en universidades Católicas de Quito y París..
El nuevo Obispo Mns. David firma su profesiòn de fe en presencia de los otros Obispos
Su vida
pastoral comenzó en 1990 cuando entró en el Postulantado de los Padres de los
Sagrados Corazones, en Quito, realizando al mismo tiempo los estudios de
Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Quito. En 1994 fue admitido
al Noviciado de la Congregación de los Sagrados Corazones, en Chile, y emitió
su primera profesión temporal el 27 de marzo de 1995, en Quito.
El nuevo Obispo realiza su profesiòn de fe en la capilla del Seminario de Quito
En 1995
fue a París para realizar estudios de lengua y cultura francesa en la
“Universidad Católica de Paris (ICP)” hasta 1996; posteriormente obtuvo la
Licenciatura en Teología en las “Facultés Jésuites de Paris - Centre Sèvres.”. En
dicha “Universidad Católica también obtuvo la Maestría en Teología con
especialización en Teología Dogmática y Fundamental y un Diploma de Estudios
Doctorales en Cristología.
Recibió
la Ordenación Sacerdotal el 3 de agosto de 2001, en la Iglesia de los Sagrados
Corazones de San Carlos, en Quito.
Actualmente
es profesor de la Escuela de Teología de la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador (PUCE) en donde fue su director.
Además,
ha desempeñado los siguientes servicios pastorales y eclesiales: : Director del
Centro de Pastoral Universitaria de la Congregación de los Sagrados Corazones
en Quito; Superior viceprovincial de los Padres de los Sagrados Corazones en
Ecuador; Coordinador de la formación inicial en América Latina y miembro de la
Comisión internacional de formación inicial de la Congregación de los Sagrados
Corazones y es miembro del Consejo de presbiterio y del Colegio de consultores
de la Arquidiócesis de Quito; Representante del Señor Arzobispo de Quito, Gran
Canciller de la PUCE, al Consejo Superior de dicha Universidad. Desde diciembre
de 2017 es Director del Centro Teológico-Pastoral Arquidiocesano de Quito (CTPA).
Finalmente
se informa que seguirá siendo párroco de la parroquia de los Sagrados Corazones
de San Carlos.
En la Misa concelebraron
Mons. Alfredo José Espinoza, Arzobispo de Quito:
y Mons. Danilo Echeverría, Obispo Auxiliar de Quito:
el p. Santiago Vaca,
Vicario Territorial, el p. Carlos Boulanger, rector del Seminario, demás padres
formadores y varios sacerdotes que se dieron cita. Todos los seminaristas
participaron con gran fe y alegría. Damos gracias a Dios
por este acto Eclesial y Canónico que se realizó junto a la comunidad del
Seminario.
Oramos por nuestros pastores y le pedimos a nuestra Madre Santísima de El
Quinche que interceda por ellos en todos sus labores por el bien de la
Arquidiócesis de Quito.
El nuevo Obispo
auxiliar escribió en las redes a sus alumnos de Teologia en la Universidad
Pontificia de Ecuador (la PUCE):
"Queridos
Hermanos uno de los momentos màs inmediatos antes de la Ordenaciòn Episcopal es
la Profesiòn de Fe y el Juramente de Fidelidad de quién la Iglesia ha llamado a
este servicio. Por la iniciativa del Sr. Nuncio, Mons. Andrés Carrascosa, hemos
realizado este acto jurídico y litúrgico en el Seminario Mayor en presencia de
quienes "he martirizado" tantos años como docente de Teología
Dogmática. Les comparto mi homilía, sin duda muchos de Uds. reconocerán los
acentos y los énfasis de su antiguo profesor. ¡Gracias por su cariño y su
oración! No dejen de participar de esta fiesta de nuestra Iglesia particular de
Quito, el próximo sábado. Sé que algunos no pueden venir por compromisos
contraídos con antelación, tengan la certeza de que los echaré de menos Un
abrazo a todos"
Este es
el contenido de la homilía pronunciada en el Seminario por el nuevo Obispo:
“Queridos
hermanos,
Nos hemos reunido esta noche para realizar un acto jurídico y litúrgico que antecede mi Ordenación Episcopal: La Profesión de fe y el juramento de fidelidad.
Profesar la fe de la Iglesia no es repetir en voz alta un sin número de doctrinas ligadas al hecho cristiano. Es expresar con la voz, con el cuerpo, la respuesta del hombre al Don de Dios que se ha hecho palabra humana en la voz y en el cuerpo de Jesús de Nazaret.
Un dato es una información sobre cualquier cosa, incluso sobre dios, fruto de la intelectualidad prodigiosa de algún espíritu superior, o quizás de un gran corazón cuya inspiración hacia el bien pudiera hacerla atrayente. No, la fe no es un dato que el hombre pudiera manipular o juzgar según los aires de los tiempos y los intereses de los poderosos de turno. La fe es un don que engendra la vida, que me sitúa en la Historia, que me hace parte de la tierra de los vivientes. Es un don que da sentido pleno y definitivo a la vida. Un don que llega a nosotros a través de la palabra humana, siempre en riesgo de ser malentendida, siempre en riesgo de ser silenciada.
Un don que toma caminos múltiples y diversos para insertarnos en la historia de la salvación: desde el grito vigoroso de los profetas hasta la dulce voz de mi madre enseñándome a rezar el Padre Nuestro cuando yo tenía 3 años de edad; desde la majestuosa construcción de una catedral en medio de la ciudad hasta el pequeño altar de mi casa donde de vez en cuando se encendía una vela a la Dolorosa del Colegio. Es por ello que la fe cristiana o es eclesial o no es fe: la recibimos de la Iglesia, madre y maestra. Cada vez que alguien dice “Creo”, ese creo no es una palabra más del lenguaje humano, como decía Karl Rahner, es una palabra originaria sin la cual ninguna otra palabra tuviera sentido. Ese “creo” ha llegado a nosotros gracias a la sangre de los mártires y al testimonio silencioso de tantos santos de “de la puerta de al lado” que han cruzado nuestras vidas y nuestros caminos. Palabra performativa, como lo dice el Evangelio de hoy, “basta una palabra tuya y todo será nuevo”, una palabra que engendra en el creyente una nueva realidad, una realidad de hijo en el Hijo. Palabra de revelación ya que toda ella viene de fuera de mí, de fuera de nosotros, no responde ni a mis estados de ánimo o de conciencia, viene de Dios, entra en la historia y su herida, como lo remarca H. Urs von Baltasar, no dejará de supurar hasta el fin de los tiempos. Palabra de un ethos, de un estilo de vida que nos hace extranjeros al mundo, aunque estemos en el mundo. Palabra escatológica porque el final de los tiempos ha llegado cuando un hombre es capaz de dejar a Dios ser Dios, dejar a Dios ser el absoluto de su vida.
Mi profesión de fe estará acompañada de un juramento de fidelidad, de fidelidad a Dios en su pueblo santo. Porque ninguna autoridad en la Iglesia tiene fundamento en sí misma. La autoridad en la Iglesia nace de la escucha de la Palabra, es por ello que es verdadera obediencia. En los tartamudeos de nuestros lenguajes y culturas la Verdad se hace la encontradiza y camina con nosotros.
El s. XX y el s. XXI nos han mostrado dramáticamente cuan asesino puede ser el hombre cuando rechazando la Verdad de la Revelación se ha erigido en la fuente primera y absoluta de la verdad. Un Obispo debe recordar que su misión, hoy como en los primeros siglos, constituye en ser testigo creíble de la Verdad. En este mundo de mentiras y de opiniones, la voz del epíscopos no puede sino recordarle al hombre de todos los tiempos que hay una Verdad, sin la cual nuestra existencia, y nuestra vida en común se agrietan por todos lados. “Contemplar desde lo alto”, “mirar desde el Corazón”, el corazón abierto y traspasado de Cristo, fuente inagotable de la Vida.
Aquí, hoy, a Uds., que durante tantas horas y tantos años me han oído hablar con pasión de la fe cristiana, quiero pedirles que me ayuden a orar para que yo, como Hijo de los Sagrados Corazones no me olvidé nunca de que sólo en ese corazón, abierto y traspasado, el corazón del Crucificado, está la fuente de la Verdad y de la Vida, “a cuyo servicio quiero vivir y morir”. Amén.
Nos hemos reunido esta noche para realizar un acto jurídico y litúrgico que antecede mi Ordenación Episcopal: La Profesión de fe y el juramento de fidelidad.
Profesar la fe de la Iglesia no es repetir en voz alta un sin número de doctrinas ligadas al hecho cristiano. Es expresar con la voz, con el cuerpo, la respuesta del hombre al Don de Dios que se ha hecho palabra humana en la voz y en el cuerpo de Jesús de Nazaret.
Un dato es una información sobre cualquier cosa, incluso sobre dios, fruto de la intelectualidad prodigiosa de algún espíritu superior, o quizás de un gran corazón cuya inspiración hacia el bien pudiera hacerla atrayente. No, la fe no es un dato que el hombre pudiera manipular o juzgar según los aires de los tiempos y los intereses de los poderosos de turno. La fe es un don que engendra la vida, que me sitúa en la Historia, que me hace parte de la tierra de los vivientes. Es un don que da sentido pleno y definitivo a la vida. Un don que llega a nosotros a través de la palabra humana, siempre en riesgo de ser malentendida, siempre en riesgo de ser silenciada.
Un don que toma caminos múltiples y diversos para insertarnos en la historia de la salvación: desde el grito vigoroso de los profetas hasta la dulce voz de mi madre enseñándome a rezar el Padre Nuestro cuando yo tenía 3 años de edad; desde la majestuosa construcción de una catedral en medio de la ciudad hasta el pequeño altar de mi casa donde de vez en cuando se encendía una vela a la Dolorosa del Colegio. Es por ello que la fe cristiana o es eclesial o no es fe: la recibimos de la Iglesia, madre y maestra. Cada vez que alguien dice “Creo”, ese creo no es una palabra más del lenguaje humano, como decía Karl Rahner, es una palabra originaria sin la cual ninguna otra palabra tuviera sentido. Ese “creo” ha llegado a nosotros gracias a la sangre de los mártires y al testimonio silencioso de tantos santos de “de la puerta de al lado” que han cruzado nuestras vidas y nuestros caminos. Palabra performativa, como lo dice el Evangelio de hoy, “basta una palabra tuya y todo será nuevo”, una palabra que engendra en el creyente una nueva realidad, una realidad de hijo en el Hijo. Palabra de revelación ya que toda ella viene de fuera de mí, de fuera de nosotros, no responde ni a mis estados de ánimo o de conciencia, viene de Dios, entra en la historia y su herida, como lo remarca H. Urs von Baltasar, no dejará de supurar hasta el fin de los tiempos. Palabra de un ethos, de un estilo de vida que nos hace extranjeros al mundo, aunque estemos en el mundo. Palabra escatológica porque el final de los tiempos ha llegado cuando un hombre es capaz de dejar a Dios ser Dios, dejar a Dios ser el absoluto de su vida.
Mi profesión de fe estará acompañada de un juramento de fidelidad, de fidelidad a Dios en su pueblo santo. Porque ninguna autoridad en la Iglesia tiene fundamento en sí misma. La autoridad en la Iglesia nace de la escucha de la Palabra, es por ello que es verdadera obediencia. En los tartamudeos de nuestros lenguajes y culturas la Verdad se hace la encontradiza y camina con nosotros.
El s. XX y el s. XXI nos han mostrado dramáticamente cuan asesino puede ser el hombre cuando rechazando la Verdad de la Revelación se ha erigido en la fuente primera y absoluta de la verdad. Un Obispo debe recordar que su misión, hoy como en los primeros siglos, constituye en ser testigo creíble de la Verdad. En este mundo de mentiras y de opiniones, la voz del epíscopos no puede sino recordarle al hombre de todos los tiempos que hay una Verdad, sin la cual nuestra existencia, y nuestra vida en común se agrietan por todos lados. “Contemplar desde lo alto”, “mirar desde el Corazón”, el corazón abierto y traspasado de Cristo, fuente inagotable de la Vida.
Aquí, hoy, a Uds., que durante tantas horas y tantos años me han oído hablar con pasión de la fe cristiana, quiero pedirles que me ayuden a orar para que yo, como Hijo de los Sagrados Corazones no me olvidé nunca de que sólo en ese corazón, abierto y traspasado, el corazón del Crucificado, está la fuente de la Verdad y de la Vida, “a cuyo servicio quiero vivir y morir”. Amén.
+ David de la Torre, Obispo auxiliar de Quito.
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