El Niño de Isinche se encuentra en un lugar sagrado desde las colonias aborígenes, al sur occidente del cantón Pujilí (Cotopaxi). La antigüedad de la figura se remonta al siglo XVII. La devoción inició en el año 1730, cuando en uno de los fardos (costales) que llegaban al obraje de los jesuitas, presentes en Pujilí por varios siglos, se halló inexplicablemente una pequeña y resplandeciente figura tallada del Niño Jesús.
Según relatos locales,
dichas cargas eran transportadas en una robusta mula que, tras un largo y agotador
trayecto, se acostó en el suelo y se negó a continuar el viaje. El arriero retiró el bulto del lomo del animal
y lo abrió. Dentro estaba la imagen
de madera, el hallazgo aturdió al hombre y a todos quienes
escuchaban sobre ello.
La leyenda relata que esa misma noche el
propietario de la hacienda donde ocurrieron estos hechos tuvo un sueño. Se le
apareció Jesús y le dijo que quería quedarse y que construyera un templo. Así
lo hizo.
Si bien hay otras versiones sobre el origen de la festividad, esta es la más conocida y transmitida oralmente de padres a hijos desde hace varios siglos. Otra leyenda indica que “un día un comerciante regresaba a su hogar y trajo algunas cargas sobre el lomo de una mula; si embargo, hubo un momento en el cual la mula se resistió a seguir y reclinó el costal frente a la puerta de la capilla de Isinche. De pronto, el hombre se percató que del costal había caído una bella imagen del niño Jesús, entre tanto, el animal desapareció. Creyó que era un milagro y desde entonces es adorada por los feligreses”. Le tienen mucha fe al Niño de Isinche en esta parte de Cotopaxi.
Por esto le preparan una gran fiesta y procesión. La fiesta en su honor es grande, a la cual muchos se atreven a calificar como la “Navidad mestiza”, pues es una fiel muestra del sincretismo cultural y religioso que nace de la convivencia entre hispanoamericanos e indígenas.
El Santuario del Niño de Isinche está en la
hacienda del mismo nombre, la cual se sitúa a 3 kilómetros al sur del centro de Pujilí y
antiguamente fue un importante obraje de algodón. El occidente de Cotopaxi
tiene mucho que ofrecer, uno de los santuarios más visitados es el del Niño de
Isinche en Pujilí.
Entre dos y tres mil
personas llegan a la tradicional
hacienda Isinche, en
el cantón Pujilí, con el objetivo de venerar a una de las imágenes religiosas
más conocidas de la Sierra. Se trata del Niño de Isinche, efigie infantil de Cristo que es
custodiada celosamente por sus devotos en un ánfora de vidrio, y a la cual se
le atribuyen variados milagros.
En haciendas cercanas
varios feligreses aún sostienen la antigua leyenda que la imagen de El Niño
crece cada año, creencia que no ha podido ser comprobada. El niño de Isinche a
realizado una infinidad de milagros, es por eso que en su santuario existen varias
placas de agradecimiento, además varios trajes de todos los tamaños, pues
mientras va pasando el tiempo él crece más y más, forma parte de una de
las fiestas
religiosas del Ecuador.
El mayor festejo en homenaje al Niño de Isinche es el 25 de diciembre. En esa fecha se realizan concurridos "Pase del Niño juegos pirotécnicos, misas. Allí no faltan las bandas de pueblo y los villancicos. La algarabía, el colorido, la tradición y sobre todo la devoción, se conjugan para homenajear al Niñito de Isinche. Los pollos, los cuyes y los conejos asados, el hornado y la chicha son los ingredientes que deben estar listos para brindar a los visitantes que llegan a este lugar para disfrutar de la fiesta.
La plaza principal de este cantón, así como las calles aledañas, son el epicentro de todo el jolgorio. Hacia el sitio llegan diferentes personajes que no pasan desapercibidos por los colores que tienen los ponchos, las faldas, los sombreros, los zamarros, las caretas, los vestidos y las alpargatas que visten. ¡Y como no!, las trompetas que entonan los pasillos y los sanjuanitos dan más vida a la celebración.
“¡Que viva el prioste!”, “¡que toque la banda!”, repiten los asistentes. Mientras las campanas anuncian la salida de la misa, los puestos de tortillas de maíz ardiendo en el tiesto llenan con su olor la plaza. Zapateando, cruzado de brazos y el otro y saltando, el ‘mayordomo’, dirige con cabresto en mano a los disfrazados. La máscara de diablo huma que lleva puesto impide descubrir su mirada, pero su voz es fuerte y habla emocionado de esta costumbre ancestral. “Nuestros antepasados indígenas han hecho que esta sea una tradición de años, todo por la devoción al Niñito de Isinche”. La plaza se va llenado con la gente de los barrios vecinos que llegan para disfrutar y bailar con los ‘caporales’, los ‘yumbos’, los ‘negros’, las ‘guarichas’, los ‘montados’, el ‘Rey ángel’ y el ‘embajador’, que al ritmo de la música bailan con una alegría inigualable.
El prioste es el devoto
mayor del Niño de Isinche, pues él llega hasta la casa de diferentes familias
de La Victoria pidiendo que lo acompañen en esta celebración. Jaime Álvarez,
uno de los organizadores, cuenta el proceso de lo que significan las jochas.
“Cuando el prioste visita y delega a un compañero para que represente a un
personaje no podemos negarnos, el niñito podría castigarnos”. Así, este ‘actor’
principal tiene que buscar a más integrantes, voluntarios de la comunidad, para
formar un grupo considerable que le acompañe el día de la fiesta.
La
procesión
Después de que los
personajes y las comunidades bailan en la plaza principal, es momento de
avanzar por las calles de esta parroquia. La procesión es encabezada por la
banda y el prioste mayor, quien lleva en sus brazos al Niño de Isinche.
En este andar, los ‘actores’ nuevamente son ordenados por el mayordomo, además,
son queridos y admirados por la gente que los sigue y que en varias ocasiones
piden que se detengan para plasmar aquel momento en una fotografía.
Mientras los caballos hacen levantar el polvo de las avenidas de tierra, las palmas, el donaire, las sonrisas y la pasión se mezclan entre toda la multitud y pintan el rostro del prioste mayor, quien guía a todos hasta su casa. “¡Que viva los que acompañan!,
“¡Que viva!, responden bailando junto a las ‘guarichas’ y los ‘caporales’. “¡Que viva el Niño de Isinche!”, nuevamente va gritando con voz fuerte el prioste, mientras a sus manos llega una copa para hacer el brindis y dice: “Dios le pague, Dios le pague”.
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