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jueves, 29 de octubre de 2020

- Dia de difuntos: el Animero

El "Animero", un personaje histórico ecuatoriano que pide rezar por las almas de los muertos En Ecuador se celebra cada 2 de noviembre del Día de los Difuntos con celebraciones que son el sincretismo entre el cristianismo y la cosmovisión indígena.
Es cerca de la medianoche del 2 de noviembre, Ángel Ruiz se apresura para vestirse con una túnica blanca con capucha, cargar una gran campana de bronce en la una mano y en la otra una calavera y un rosario, antes de iniciar el recorrido por las calles de Penipe, una pequeña ciudad de los Andes ecuatorianos.
Desde hace 60 años Ángel es el “Animero” de Penipe, un personaje histórico que recorre cada año las pequeñas y desoladas calles de la ciudad en la provincia de Chimborazo. Así despierta al pueblo para rezar por las almas de los difuntos.
A los 15 años heredó de su padre este oficio. Con una voz fuerte, y en momentos fúnebre, el “Animero” va entonando en cada esquina de la ciudad un cántico para recordar que el Día de Difuntos ha llegado y que es momento de hacer una oración por el alma de los muertos. “Recordad almas dormidas. Rezarán un Padre Nuestro y un Ave María por las benditas almas del Purgatorio y por el amor de Dios”, repite Ruiz en cada una de las esquinas que recorre.
Desde la iglesia principal de Penipe, una ciudad ubicada a los pies del volcán Tungurahua en el centro andino de Ecuador, Ruiz inicia una travesía en donde el asegura: “ya no soy el mismo, me vuelvo sordo y mudo para poder rezar por las almitas”. Su romería avanza hasta el cementerio de la ciudad. Al llegar a la primera tumba, el “Animero” deja a un lado su calavera y su campana. Inicia su fúnebre y lento canto. Se recuesta sobre el sepulcro para iniciar una serie de rezos. Así recorre gran parte del cementerio realizando la misma rutina como parte de un “homenaje” a las almas del purgatorio que allí se encuentran. A la salida del cementerio, los niños y decenas de personas esperan al “Animero” para entregarle una limosna; también besan la calavera, que según Ruiz representa a las almas; al crucifijo que cuelga de su cuello y los fieles se persignan antes de permitir que el animero avance en su recorrido.
Fieles como María Suárez, una anciana oriunda de Penipe. Recuerda al “Animero” desde que era una niña, por eso junto a sus hijos y nietos lo esperan en la puerta de su casa para rezar y entregarle una “monedita”, como símbolo de agradecimiento al rezo por las almas de los muertos. La escasa luz de las calles alumbra el caminar de Ruiz que, a su paso, recibe pequeñas limosnas que la gente le entrega al terminar su canto en cada esquina.
El sonido de su gran campana retumba en todo el pueblo y el ruido que ella hace permite que la gente sepa que el “Animero” está recorriendo y deben salir a rezar minutos antes de iniciar su peregrinaje. Aunque su recorrido inicia acompañado de decenas de fieles y curiosos, a la mitad de su trayecto el frío y la lluvia son sus únicos compañeros.
En la penumbra de las pequeñas calles sigue su rutina y no se detiene hasta que haya cubierto las 59 cuadras que comprenden su trayecto. Cerca de dos horas después, Ruiz sigue su caminar por una larga cuesta que finalmente lo conduce a su casa. Ruiz cuenta que es el único animero del Ecuador, pero comenta que dos de sus familiares han decidido seguir sus pasos y desde ya los está preparando para que cumplan con la “Novena de las Almas”, aprendan a cantar y no dejen morir esta tradición.
Los animeros han adquirido sus propias características en algunos lugares de la serranía ecuatoriana. Si bien, no hay datos o fechas exactas del momento que fueron introducidos en nuestro país y específicamente en pueblos pequeños aledaños a la ciudad de Riobamba. Los animeros son relacionados a un culto religioso que vino desde España, en el cual se creía que eran curanderos que se contactában con los almas de los difuntos y que en navidad en la península ibérica, salían en cuadrillas a pedir limosna para las almas benditas. El animero decifrado etimológicamente vendría del sustantivo “ánima” que es el alma de una persona y del prefijo “ero” que significa oficio o profesión, de tal forma entenderíamos como ‘animero’ a una suerte de protector de las ánimas, guardián o guía de su camino al purgatorio y a la paz celestial.
Las noches previas y los días en que se recuerdan a los muertos en Ecuador, algunos hombres se visten de animeros, se mimetizan en protectores de los espíritus y recorren los cementerios y calles de algunos pueblos de las provincias de Chimborazo, Tungurahua y algunas otras de la serranía del país; esta tradición data desde hace más de 450 años. La espectacularización, propaganda y en ocasiones irrespeto que le dan en ciertos lugares y medios de comunicación, han hecho que pierda su sentido principal, que es mantener el recuerdo de los fallecidos. Aún así, hay ciertos puntos que quiero resaltar de este acto de fe, que he alimentado a través de los años, con las historias que contaban mis abuelos, tíos y que es sabiduría popular que perdura en la oralidad de estos sectores.
Un animero sale a media noche desde el cementerio del pueblo, que no es un lugar romántico o mundano, tiene las características propias de un camposanto de pueblo, oscuro, en mitad de una montaña, con ventarrones que hacen vibrar hasta a las lápidas y sin personas viviendo a su alrededor. El animero se viste de blanco, carga en su mano izquierda la calavera de algún muerto, en el pecho un crucifijo, en su mano derecha una campanilla y atado a su cuerpo un látigo para defenderse de los contratiempos que pueda encontrarse en su caminar por la fría noche. Una vez vestido y luego de realizar las oraciones pertinentes en la cruz mayor, entona una canción invitando a las almas a despertarse y acompañarle en su recorrido: “Recordad almas dormidas, A rezar un Padre Nuestro y un Ave María, Por las benditas almas del santo purgatorio, Por el amor a Dios”
Cuentan nuestros mayores que el animero debe realizar este ritual por siete años consecutivos, ya sea como una penitencia, para expiar sus pecados, purgar una pena, para pedir por el alma de algún ser querido o para reverenciar y recordar a los muertos. Cuando el animero ha empezado su camino desde el cementerio hacia el pueblo, no regresará su mirada, el mirar para atrás hará que las almas que ha despertado y que lo acompañan, lo dejen solo en su recorrido. Muchas son las historias que escuché desde niño, de hombres que realizaron esta actividad y dan fe de las energías, las presencias que sienten van a su lado, como si se tratase de una procesión mística, donde el animero encabeza una larga peregrinación de espíritus.
El animero cantará la misma canción mencionada y hará sonar la campana en cada esquina del poblado, hasta llegar al cementerio del siguiente pueblo, rompiendo el silencio de la noche, donde las personas esperarán su paso, para mediante rezos, y oraciones que se repiten a modo de mantras, rendir un homenaje a los que murieron y mendiante limosnas dar fuerza al itinerario del penitente.
El animero a su vez, tiene prohibido hablar con cualquier persona que se encuentre en el camino hasta que haya terminado su recorrido. Muchas son las historias que se han contado de las experiencias de estos hombres que se atreven a retar a la noche, al miedo y a esos lugares sagrados de descanso para los muertos. Historias que van desde sonidos en las tumbas, voces, murmullos, energías, sensaciones de compañía, visiones, y sentimientos de paz y gozo cuando han terminado su caminar, a su vez relatan encuentros extraños que causan terror cuando no se ha realizado la ceremonia con la suficiente fe.
La cotidianidad de la ciudad nos vuelve un poco insensibles y escépticos de las tradiciones y creencias que aún perduran en algunos lugares rurales de nuestro país, personalmente, cada que canta el animero y recorre las calles de mi pueblo, ante las miradas y reverencias respetuosas de todos quienes entendemos lo que su presencia significa, mis recuerdos me llevan a esos seres queridos que ya no están y que ansío que sus espíritus descancen en paz.
Día de los Difuntos en Otavalo: En nosotros, los otavaleños, existe un gran arraigo a la tierra que nos vio nacer y un verdadero culto a la muerte, pues no la sentimos como un fin, sino como una expectativa de volver a ser. Partiendo de esta reflexión, la disposición del espacio para enterrar nuestros restos mortales cobra una relevancia especial.
En palabras de Henry Léfevre, la ciudad es aquel espacio donde desarrollamos la vida, no solo laboral y social, sino también política. Aquel espacio potenciador de convivencias, de generación de capacidades, un lugar donde se expresa el poder de transformación y donde confluyen las resistencias, la pluralidad de identidades o de las re-existencias. A esta definición añadiría que la ciudad es, también, el lugar donde descansan nuestros restos y los de nuestros seres queridos.
A partir de esta reflexión, nace la preocupación por la actual falta de espacio para nuevos enterramientos en el único cementerio de la ciudad, que data de 1889 y que todavía sigue en funcionamiento. Este cementerio está atravesado por una pared que lo divide en dos secciones: una para indígenas y otra para mestizos. Según información proporcionada por el comité administrador del camposanto, en el 2017 la última de las partes se encontraba al 95% de su capacidad, mientras que la primera al 98%. Es evidente que encontrar un nuevo espacio resulta urgente. Para la población mestiza, el rito funerario está basado, mayoritariamente, en las costumbres cristianas, en las que se celebra una misa en memoria del difunto y, posteriormente, se traslada el cuerpo al cementerio para depositar el féretro en el nicho. Sin embargo, la cosmovisión andina de la población kichwa Otavalo entiende la muerte como el inicio de una nueva vida. Así, en 1802, el geógrafo Francisco José de Caldas, anotó en sus cuadernos: “Acabo de ser testigo de los oficios por las almas de sus mayores. Todos los cementerios de ambas iglesias se ven cubiertos de pan y frutos que les produce el país, en cada montón arde una luz; el hijo, el esposo, el padre están sentados al lado ofreciendo este sacrificio y se mantienen inmóviles hasta las 12 del día, comenzando así que viene la luz: Todo este tiempo dan para que el difunto tome de lo que se le ha ofrecido y todo lo entregan al cura, porque están persuadidos [de] que ya está como un caput mortuum sin sustancia…Yo creo que no hay pueblo tan celoso del descanso eterno de sus padres como este”.
Otavalo.- Las costumbres indígenas también incluyen ritos, oraciones y la colocación de alimentos en honor a los que ya partieron todavía se celebran en comunidades autóctonas del Ecuador. Lo que para los mestizos puede ser una fecha de dolor y nostalgia, para el Pueblo Kichwa es una fiesta. El 1 de noviembre, Día de los Difuntos se celebra así: La jornada empieza desde las 04:00 con los baños de florecimiento y limpiezas. Compartir bebidas y alimentos, limpiar las tumbas, rezar y cantar son algunas de las tradiciones comunes entre las comunidades indígenas de la Sierra.
Sentimiento. “La fecha es importante para nosotros como indígenas. Cuando nos llega la muerte, despedimos al difunto con cantos, música y juegos tradicionales. El velatorio dura tres días. Así lo hacían nuestros abuelos, que nos explicaban que el alma no muere. Solo pasa del mundo material al espiritual”, comentó German Santellán, Líder Kichwa de Otavalo, de la comunidad de Agato, quien ayer llegó con su familia hasta el Cementerio Indígena para limpiar la tumba de sus padres. La comida no puede faltar. José Morales, presidente de la administración del Cementerio de Indígenas cree que la muerte es un momento donde el alma se adelanta donde el creador. Para este feriado se espera la visita de unas 50 mil personas. Actividades. Las vigilias en los cementerios marcan las noches y madrugadas del 1 y 2 de noviembre en muchos poblados. Para los indígenas la muerte no significa el fin de la existencia sino el paso a otra etapa de la vida. Esta creencia motiva costumbres como la de escribir cartas contándole al fallecido todo lo que ha sucedido.
Expectativa. La intención es que el difunto sea parte del presente, hacerlo sentir a gusto. Por ello la música y la comida no faltan en esta celebración. Los cementerios se repletan de gente que lleva viandas con los platos preferidos del difunto y guitarristas que entonan las que eran sus melodías favoritas.
En esta celebración aparecen personajes como el Ángel Kalpay, quien es un hombre que reza desde las comunidades como en el cementerio. De acuerdo con la cosmovisión andina, durante su visita, Ángel Kalpay dirige los rezos del padrenuestro y las avemarías. Su finalidad es pedir por el alma del difunto y el bienestar de los miembros de la familia. Por ello su principal obligación es anunciar que llegó el día de los muertos. Previamente, el interlocutor arriba a los domicilios y cementerios haciendo sonar una pesada campana de bronce. Como muestra de agradecimiento, los deudos entregan alimentos y frutas, como: pan plátanos, naranjas, mandarinas, papas cocinadas y cuy entre otros alimentos.
Tradición y respeto. “Hay personas que piden al sabio rezador que les acompañe por más ocasiones en sus casas por las necesidades que tienen para que interceda por paz, tranquilidad, fortaleza y pedidos materiales y espirituales que no haya en casa”, comenta Alberto Cachimuel, sabio kichwa de 62 años quien ha mantenido la tradición viva durante los últimos años. Sus padres y dos hermanos fallecieron hace más de 20 años en Otavalo.
Dos cementerios y dos formas de abordar y asumir la muerte y diferentes ritos para despedir a los seres queridos que fallecieron. Aunque en el cantón los indígenas conviven con los mestizos en armonía, al momento de morir, cada uno es enterrado en un cementerio distinto. Es por ello que en el proyecto de ampliación del Cementerio de Indígenas es lograr una fusión entre los dos escenario, para dar un mejor servicio.
*Ver video del dia de muertos en Otavalo: https://www.youtube.com/watch?v=y2OF6rPPdXo&feature=youtu.be 
Vasija de barro (canción ecuatoriana) Yo quiero que a mí me entierren Como a mis antepasados En el vientre oscuro y fresco De una vasija de barro
-Cuando la vida se pierda Tras de una cortina de años Vivirán a flor de tiempo Amores y desengaños -Arcilla cocida y dura Alma de verdes collados Barro y sangre de mis hombres Sol de mis antepasados…

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