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sábado, 31 de octubre de 2020

-Difuntos: Guaguas y Colada morada

Cada 2 de noviembre en Ecuador se recuerda del Día de los Difuntos con varias celebraciones que muestran el sincretismo entre el cristianismo y la cosmovisión indígena. En esta época es común que las familias se reúnan para elaborar la “colada morada”, una bebida hecha a base de harina de maíz negro, mortiño y frutas tropicales; así como las “guaguas de pan”, que son masas horneadas con formas de humanos.
En las zonas rurales, en cambio, los indígenas preparan esta bebida y otros alimentos para llevar al cementerio y “compartir” con sus muertos la comida al pie de sus tumbas. En Ecuador, los primeros días de noviembre son dedicados a nuestros finados o difuntos. Esta es la época de la colada morada y las guaguas de pan, que desde antes de la colonia, se consumían para simbolizar un viaje ancestral y encuentro con nuestros antepasados.
La celebración de Finados es una tradición que se remonta a las culturas precolombinas. Está relacionada con la época de cosecha y de siembra, que es sinónimo de la vida y la muerte para los pueblos ancestrales. Hace cientos de años, las culturas indígenas, principalmente de la Sierra del país, celebraban la temporada de lluvia y rendían homenaje a sus seres queridos que había fallecido. La colada era una celebración por el viaje de la vida y por un feliz encuentro con los familiares en el más allá. Por ello, la tradición consistía en desenterrar a sus muertos, para compartir con ellos esta bebida especial.
La colada se preparaba con los productos que sembraban los pueblos, pero el principal era el maíz morado. Este tipo específico de maíz es aún muy utilizado en las poblaciones indígenas de la Serranía ecuatoriana y en el Perú. Cuando llegaron los españoles adoptaron esta tradición, considerada pagana, y la transformaron en una ofrenda religiosa.
Las guaguas representaban a los muertos, de allí su forma tan específica, un cuerpo fajado. Así se evitaba que desentierren a los fallecidos y se convirtió en una tradición para compartir en familia. Las guaguas de pan antiguamente eran elaboradas con zapallo, en forma de tortillas cocidas en tiesto, tan tradicional de la cocina prehispánica. Con la llegada de los españoles, quienes trajeron trigo a América, se modernizó su preparación y se resolvió incluir el zapallo como relleno del pan.
La pluriculturalidad en la elaboración de las guaguas es un elemento característico de nuestro país. “Nuestras guaguas de pan son variadas, tenemos una chola cuencana, una afroecuatoriana, una rubia que tiene una trenza larga cubierta de polvo de oro, y un cucurucho, que es el símbolo de Quito y de la Plaza de San Francisco”, puntualizó el chef ejecutivo.
El testimonio de un ecuatoriano: En el pueblo de mis padres y abuelos, un rinconcito atrapado cerca de las faldas del volcán Tungurahua, entre juegos de boliche, perinolas, el aroma del mortiño, moras y naranjillas, aún se lucha por mantener vivas algunas tradiciones gastronómicas y religiosas. El tiempo, la modernidad y el éxodo de las personas del pueblo a las ciudades, no han logrado que algunas costumbres desaparezcan. En finados, el animero es una representación religiosa, que desde que era niño me ha conmovido por su espiritualidad, compromiso con la tradición y valentía a la hora de poner a prueba su fe.
Tradiciones ancestrales para recordar a los muertos en su día Niños, jóvenes y adultos de la parroquia Salasaca, cantón Pelileo, poco a poco se concentran en el cementerio que queda en el lugar sagrado de la comunidad, en Cruzpamba para llevar comida típica y bebidas para compartir en familia junto a las tumbas de sus queridos fallecidos. Ignacia Masaquiza manifestó que entre los platos preferidos por las personas para compartir en estas fechas están las papas, el conejo y el cuy, los cuales se sirven con mote y se los acompaña con vino, el cual también se lo coloca encima de las tumbas, “Es que los difuntos salen a refrescar el alma”, aseguró Masaquiza.
Manuel Caisabanda, alcalde de Pelileo y oriundo de la parroquia, también llegó a la tumba de su madre y se mostró convencido de que nada podrá acabar con esta tradición ancestral, pues aseguró que esto es algo que el pueblo practica hace más de cien años, aunque reconoció que la juventud poco a poco hace cambios, especialmente en el vestuario, “algunos ya no utilizan lo típico nuestro”, manifestó. Caisabanda considera que el Día de los Difuntos es como una fiesta donde se comparte comida y bebida no sólo entre los vivos sino con los seres queridos que se adelantaron en el camino eterno y compara esta tradición con el recibimiento que se le hace a un familiar cuando llega de visita después de un largo tiempo de ausencia.

jueves, 29 de octubre de 2020

- Dia de difuntos: el Animero

El "Animero", un personaje histórico ecuatoriano que pide rezar por las almas de los muertos En Ecuador se celebra cada 2 de noviembre del Día de los Difuntos con celebraciones que son el sincretismo entre el cristianismo y la cosmovisión indígena.
Es cerca de la medianoche del 2 de noviembre, Ángel Ruiz se apresura para vestirse con una túnica blanca con capucha, cargar una gran campana de bronce en la una mano y en la otra una calavera y un rosario, antes de iniciar el recorrido por las calles de Penipe, una pequeña ciudad de los Andes ecuatorianos.
Desde hace 60 años Ángel es el “Animero” de Penipe, un personaje histórico que recorre cada año las pequeñas y desoladas calles de la ciudad en la provincia de Chimborazo. Así despierta al pueblo para rezar por las almas de los difuntos.
A los 15 años heredó de su padre este oficio. Con una voz fuerte, y en momentos fúnebre, el “Animero” va entonando en cada esquina de la ciudad un cántico para recordar que el Día de Difuntos ha llegado y que es momento de hacer una oración por el alma de los muertos. “Recordad almas dormidas. Rezarán un Padre Nuestro y un Ave María por las benditas almas del Purgatorio y por el amor de Dios”, repite Ruiz en cada una de las esquinas que recorre.
Desde la iglesia principal de Penipe, una ciudad ubicada a los pies del volcán Tungurahua en el centro andino de Ecuador, Ruiz inicia una travesía en donde el asegura: “ya no soy el mismo, me vuelvo sordo y mudo para poder rezar por las almitas”. Su romería avanza hasta el cementerio de la ciudad. Al llegar a la primera tumba, el “Animero” deja a un lado su calavera y su campana. Inicia su fúnebre y lento canto. Se recuesta sobre el sepulcro para iniciar una serie de rezos. Así recorre gran parte del cementerio realizando la misma rutina como parte de un “homenaje” a las almas del purgatorio que allí se encuentran. A la salida del cementerio, los niños y decenas de personas esperan al “Animero” para entregarle una limosna; también besan la calavera, que según Ruiz representa a las almas; al crucifijo que cuelga de su cuello y los fieles se persignan antes de permitir que el animero avance en su recorrido.
Fieles como María Suárez, una anciana oriunda de Penipe. Recuerda al “Animero” desde que era una niña, por eso junto a sus hijos y nietos lo esperan en la puerta de su casa para rezar y entregarle una “monedita”, como símbolo de agradecimiento al rezo por las almas de los muertos. La escasa luz de las calles alumbra el caminar de Ruiz que, a su paso, recibe pequeñas limosnas que la gente le entrega al terminar su canto en cada esquina.
El sonido de su gran campana retumba en todo el pueblo y el ruido que ella hace permite que la gente sepa que el “Animero” está recorriendo y deben salir a rezar minutos antes de iniciar su peregrinaje. Aunque su recorrido inicia acompañado de decenas de fieles y curiosos, a la mitad de su trayecto el frío y la lluvia son sus únicos compañeros.
En la penumbra de las pequeñas calles sigue su rutina y no se detiene hasta que haya cubierto las 59 cuadras que comprenden su trayecto. Cerca de dos horas después, Ruiz sigue su caminar por una larga cuesta que finalmente lo conduce a su casa. Ruiz cuenta que es el único animero del Ecuador, pero comenta que dos de sus familiares han decidido seguir sus pasos y desde ya los está preparando para que cumplan con la “Novena de las Almas”, aprendan a cantar y no dejen morir esta tradición.
Los animeros han adquirido sus propias características en algunos lugares de la serranía ecuatoriana. Si bien, no hay datos o fechas exactas del momento que fueron introducidos en nuestro país y específicamente en pueblos pequeños aledaños a la ciudad de Riobamba. Los animeros son relacionados a un culto religioso que vino desde España, en el cual se creía que eran curanderos que se contactában con los almas de los difuntos y que en navidad en la península ibérica, salían en cuadrillas a pedir limosna para las almas benditas. El animero decifrado etimológicamente vendría del sustantivo “ánima” que es el alma de una persona y del prefijo “ero” que significa oficio o profesión, de tal forma entenderíamos como ‘animero’ a una suerte de protector de las ánimas, guardián o guía de su camino al purgatorio y a la paz celestial.
Las noches previas y los días en que se recuerdan a los muertos en Ecuador, algunos hombres se visten de animeros, se mimetizan en protectores de los espíritus y recorren los cementerios y calles de algunos pueblos de las provincias de Chimborazo, Tungurahua y algunas otras de la serranía del país; esta tradición data desde hace más de 450 años. La espectacularización, propaganda y en ocasiones irrespeto que le dan en ciertos lugares y medios de comunicación, han hecho que pierda su sentido principal, que es mantener el recuerdo de los fallecidos. Aún así, hay ciertos puntos que quiero resaltar de este acto de fe, que he alimentado a través de los años, con las historias que contaban mis abuelos, tíos y que es sabiduría popular que perdura en la oralidad de estos sectores.
Un animero sale a media noche desde el cementerio del pueblo, que no es un lugar romántico o mundano, tiene las características propias de un camposanto de pueblo, oscuro, en mitad de una montaña, con ventarrones que hacen vibrar hasta a las lápidas y sin personas viviendo a su alrededor. El animero se viste de blanco, carga en su mano izquierda la calavera de algún muerto, en el pecho un crucifijo, en su mano derecha una campanilla y atado a su cuerpo un látigo para defenderse de los contratiempos que pueda encontrarse en su caminar por la fría noche. Una vez vestido y luego de realizar las oraciones pertinentes en la cruz mayor, entona una canción invitando a las almas a despertarse y acompañarle en su recorrido: “Recordad almas dormidas, A rezar un Padre Nuestro y un Ave María, Por las benditas almas del santo purgatorio, Por el amor a Dios”
Cuentan nuestros mayores que el animero debe realizar este ritual por siete años consecutivos, ya sea como una penitencia, para expiar sus pecados, purgar una pena, para pedir por el alma de algún ser querido o para reverenciar y recordar a los muertos. Cuando el animero ha empezado su camino desde el cementerio hacia el pueblo, no regresará su mirada, el mirar para atrás hará que las almas que ha despertado y que lo acompañan, lo dejen solo en su recorrido. Muchas son las historias que escuché desde niño, de hombres que realizaron esta actividad y dan fe de las energías, las presencias que sienten van a su lado, como si se tratase de una procesión mística, donde el animero encabeza una larga peregrinación de espíritus.
El animero cantará la misma canción mencionada y hará sonar la campana en cada esquina del poblado, hasta llegar al cementerio del siguiente pueblo, rompiendo el silencio de la noche, donde las personas esperarán su paso, para mediante rezos, y oraciones que se repiten a modo de mantras, rendir un homenaje a los que murieron y mendiante limosnas dar fuerza al itinerario del penitente.
El animero a su vez, tiene prohibido hablar con cualquier persona que se encuentre en el camino hasta que haya terminado su recorrido. Muchas son las historias que se han contado de las experiencias de estos hombres que se atreven a retar a la noche, al miedo y a esos lugares sagrados de descanso para los muertos. Historias que van desde sonidos en las tumbas, voces, murmullos, energías, sensaciones de compañía, visiones, y sentimientos de paz y gozo cuando han terminado su caminar, a su vez relatan encuentros extraños que causan terror cuando no se ha realizado la ceremonia con la suficiente fe.
La cotidianidad de la ciudad nos vuelve un poco insensibles y escépticos de las tradiciones y creencias que aún perduran en algunos lugares rurales de nuestro país, personalmente, cada que canta el animero y recorre las calles de mi pueblo, ante las miradas y reverencias respetuosas de todos quienes entendemos lo que su presencia significa, mis recuerdos me llevan a esos seres queridos que ya no están y que ansío que sus espíritus descancen en paz.
Día de los Difuntos en Otavalo: En nosotros, los otavaleños, existe un gran arraigo a la tierra que nos vio nacer y un verdadero culto a la muerte, pues no la sentimos como un fin, sino como una expectativa de volver a ser. Partiendo de esta reflexión, la disposición del espacio para enterrar nuestros restos mortales cobra una relevancia especial.
En palabras de Henry Léfevre, la ciudad es aquel espacio donde desarrollamos la vida, no solo laboral y social, sino también política. Aquel espacio potenciador de convivencias, de generación de capacidades, un lugar donde se expresa el poder de transformación y donde confluyen las resistencias, la pluralidad de identidades o de las re-existencias. A esta definición añadiría que la ciudad es, también, el lugar donde descansan nuestros restos y los de nuestros seres queridos.
A partir de esta reflexión, nace la preocupación por la actual falta de espacio para nuevos enterramientos en el único cementerio de la ciudad, que data de 1889 y que todavía sigue en funcionamiento. Este cementerio está atravesado por una pared que lo divide en dos secciones: una para indígenas y otra para mestizos. Según información proporcionada por el comité administrador del camposanto, en el 2017 la última de las partes se encontraba al 95% de su capacidad, mientras que la primera al 98%. Es evidente que encontrar un nuevo espacio resulta urgente. Para la población mestiza, el rito funerario está basado, mayoritariamente, en las costumbres cristianas, en las que se celebra una misa en memoria del difunto y, posteriormente, se traslada el cuerpo al cementerio para depositar el féretro en el nicho. Sin embargo, la cosmovisión andina de la población kichwa Otavalo entiende la muerte como el inicio de una nueva vida. Así, en 1802, el geógrafo Francisco José de Caldas, anotó en sus cuadernos: “Acabo de ser testigo de los oficios por las almas de sus mayores. Todos los cementerios de ambas iglesias se ven cubiertos de pan y frutos que les produce el país, en cada montón arde una luz; el hijo, el esposo, el padre están sentados al lado ofreciendo este sacrificio y se mantienen inmóviles hasta las 12 del día, comenzando así que viene la luz: Todo este tiempo dan para que el difunto tome de lo que se le ha ofrecido y todo lo entregan al cura, porque están persuadidos [de] que ya está como un caput mortuum sin sustancia…Yo creo que no hay pueblo tan celoso del descanso eterno de sus padres como este”.
Otavalo.- Las costumbres indígenas también incluyen ritos, oraciones y la colocación de alimentos en honor a los que ya partieron todavía se celebran en comunidades autóctonas del Ecuador. Lo que para los mestizos puede ser una fecha de dolor y nostalgia, para el Pueblo Kichwa es una fiesta. El 1 de noviembre, Día de los Difuntos se celebra así: La jornada empieza desde las 04:00 con los baños de florecimiento y limpiezas. Compartir bebidas y alimentos, limpiar las tumbas, rezar y cantar son algunas de las tradiciones comunes entre las comunidades indígenas de la Sierra.
Sentimiento. “La fecha es importante para nosotros como indígenas. Cuando nos llega la muerte, despedimos al difunto con cantos, música y juegos tradicionales. El velatorio dura tres días. Así lo hacían nuestros abuelos, que nos explicaban que el alma no muere. Solo pasa del mundo material al espiritual”, comentó German Santellán, Líder Kichwa de Otavalo, de la comunidad de Agato, quien ayer llegó con su familia hasta el Cementerio Indígena para limpiar la tumba de sus padres. La comida no puede faltar. José Morales, presidente de la administración del Cementerio de Indígenas cree que la muerte es un momento donde el alma se adelanta donde el creador. Para este feriado se espera la visita de unas 50 mil personas. Actividades. Las vigilias en los cementerios marcan las noches y madrugadas del 1 y 2 de noviembre en muchos poblados. Para los indígenas la muerte no significa el fin de la existencia sino el paso a otra etapa de la vida. Esta creencia motiva costumbres como la de escribir cartas contándole al fallecido todo lo que ha sucedido.
Expectativa. La intención es que el difunto sea parte del presente, hacerlo sentir a gusto. Por ello la música y la comida no faltan en esta celebración. Los cementerios se repletan de gente que lleva viandas con los platos preferidos del difunto y guitarristas que entonan las que eran sus melodías favoritas.
En esta celebración aparecen personajes como el Ángel Kalpay, quien es un hombre que reza desde las comunidades como en el cementerio. De acuerdo con la cosmovisión andina, durante su visita, Ángel Kalpay dirige los rezos del padrenuestro y las avemarías. Su finalidad es pedir por el alma del difunto y el bienestar de los miembros de la familia. Por ello su principal obligación es anunciar que llegó el día de los muertos. Previamente, el interlocutor arriba a los domicilios y cementerios haciendo sonar una pesada campana de bronce. Como muestra de agradecimiento, los deudos entregan alimentos y frutas, como: pan plátanos, naranjas, mandarinas, papas cocinadas y cuy entre otros alimentos.
Tradición y respeto. “Hay personas que piden al sabio rezador que les acompañe por más ocasiones en sus casas por las necesidades que tienen para que interceda por paz, tranquilidad, fortaleza y pedidos materiales y espirituales que no haya en casa”, comenta Alberto Cachimuel, sabio kichwa de 62 años quien ha mantenido la tradición viva durante los últimos años. Sus padres y dos hermanos fallecieron hace más de 20 años en Otavalo.
Dos cementerios y dos formas de abordar y asumir la muerte y diferentes ritos para despedir a los seres queridos que fallecieron. Aunque en el cantón los indígenas conviven con los mestizos en armonía, al momento de morir, cada uno es enterrado en un cementerio distinto. Es por ello que en el proyecto de ampliación del Cementerio de Indígenas es lograr una fusión entre los dos escenario, para dar un mejor servicio.
*Ver video del dia de muertos en Otavalo: https://www.youtube.com/watch?v=y2OF6rPPdXo&feature=youtu.be 
Vasija de barro (canción ecuatoriana) Yo quiero que a mí me entierren Como a mis antepasados En el vientre oscuro y fresco De una vasija de barro
-Cuando la vida se pierda Tras de una cortina de años Vivirán a flor de tiempo Amores y desengaños -Arcilla cocida y dura Alma de verdes collados Barro y sangre de mis hombres Sol de mis antepasados…

martes, 20 de octubre de 2020

- En la Amazonia del Ecuador: Vicariato de Puyo

Rafael Cob es el Obispo de Vicariato de Puyo (provincia de Pastaza) en Ecuador. Esta semana de Octubre, cercana a la celebración del Dia de Las Misiones (conocido como el DOMUND), el Obispo visitó diferentes lugares de la Amazonía del Ecuador (provincia de Pastaza), ofreció estas imágenes y escribe:


“Misión cumplida...!!! regresamos de Montalvo agradecidos con Dios y a todos los que rezan por los misioneros, gracias por sus oraciones.



No se olviden del DOMUND, creamos conciencia misionera en nuestro pueblo.

Bendiciones a todos. +Rafael Cob, Obispo del Vacariato de Puyo"



En la Web del Vicariato de Puyo, en este mes de las misiones, hay esta foto de los seminaristas misioneros y dice: Los seminaristas misioneros les saluda en este día del #Domund2020 desde #Puyo. Ora por ellos para que sean sacerdotes misioneros. 🙌🏻😇.

El Obispo Rafael Cob hace un balance sobre los frutos del sínodo:  “Hace un año del inicio del SÍNODO AMAZÓNICO en ROMA, del 6 al 27 de octubre del 2019. Una bendición de comunión y compromiso misionero.



Nuevos caminos de evangelización para la Iglesia y para una ecología integral.

Demos gracias a Dios por este "Kairós de Dios" a la Iglesia. Cuidemos la casa común y seamos misioneros de palabra y de obra.



Felicitaciones a nuestros obispos de los territorios de misión de nuestra Querida Amazonía que participaron en este Sínodo, un regalo para el mundo.



Frutos florecidos del sínodo

"Aparte de los frutos que dio el Sínodo en su celebración  diremos que después de un año  comienzan a recogerse los primeros frutos.  Se sembraron las semillas en el campo abonado de la Iglesia. Y serán fecundadas por el Espíritu que guía e impulsa a la Iglesia. Como primer fruto del Sínodo, tenemos la Exhortación postsinodal Querida Amazonia, donde el Papa Francisco nos invita a soñar en este camino iniciado por el Sínodo. Un documento que ilumina el hacer y el vivir de la Iglesia en la Amazonia", explica Mons. Rafael Cob.

“Igualmente como otro gran futo que estamos recogiendo a pesar de la pandemia, es el tener nuevas estructuras eclesiales, como lo solicitaba el documento final. Estructuras que respondan a los desafíos de la Iglesia en la Amazonia”. Así el día de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio, se aprobaron los estatutos de la Conferencia Eclasial Amazónica, CEAMA, vinculada en su articulación al CELAM, pero con autonomía propia  en su desarrollo. Al respecto, el prelado consideró este logro, "como un milagro, que en tan poco tiempo podamos contar con frutos como estos, instrumento valiosísimo para la labor pastoral de la Iglesia en este bioma amazónico", y expresó su esperanza que sigan floreciendo más frutos de esas "semillas sembradas en el Sínodo Amazónico".

El obispo del Vicariato de Puyo, recuerda que, junto con la preocupación del cuidado de la casa común, no perdieron de vista la primera parte del título de este Sínodo: “Nuevos caminos para la Iglesia”. Una realidad incuestionable que interpela a nuestra Iglesia amazónica, dijo, y a todo el mundo, por ello decimos con S. Pablo, “cuando un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre con él”.  La Amazonia manifestó con fuerza en el aula sinodal el gran desafío. ¿Cómo evangelizar para que una comunidad cristiana crezca y madure su fe, si no le es posible la celebración de la eucaristía culmen y centro de la vida cristiana?”, porque, dijo, la realidad de la inmensa selva en este bioma amazónico es diferente, y no cuenta con sacerdotes que puedan celebrarla. Ciertamente que se puso de manifiesto que hay que pasar de una Iglesia clerical a una iglesia más ministerial. Y de una Iglesia de visita a una Iglesia de presencia. Basándonos en la vocación bautismal de todo cristiano, así como el protagonismo evangelizador de la mujer en la Iglesia. Debemos desarrollar más el compromiso de los laicos cristianos, dijo el prelado.



CRÓNICA – Vicariato Apostólico de Puyo.- Como preparación de la fiesta misionera del Domund, el obispo de Puyo, Mons. Rafael Cob, sale a visitar las comunidades indígenas de Montalvo-Boveras en la cuenca del río Bobonaza.

El día de la Virgen del Pilar, 12 de octubre, nos encaminamos como valientes misioneros al interior de la selva , para llevar la fe como el apóstol Santiago junto al río Ebro, donde la Virgen del Pilar le dio ánimos para evangelizar España. A ella encomendamos nuestro viaje. Después de 6 meses de pandemia la evangelización no se detiene. Al obispo le acompañan las intrépidas misioneras Hna. Viqui y Hna Magdalena . Salíamos a las 7h30 de la mañana del aeropuerto de Shell, un día con cielo despejado, en un placido vuelo aterrizamos en Montalvo junto al batallón militar Capitán Chiriboga, vamos a saludar al Mayor del batallón y ofrecemos celebrar con ellos una eucaristía para el día siguiente, allí llegaron algunas canoas a esperarnos; con los catequistas, Aurea y Milton, cogeríamos la canoa río arriba hasta Boveras. Nuestro centro de operaciones, la casa de la Misión. Al llegar, vemos tuberías de agua rotas que hacen grandes charcos alrededor, la casa por dentro después de 6 meses sin visitar está para iniciar una gran limpieza y mantenimiento.
Hicimos de fontaneros y barrenderos; el lunes la gente estuvo de minga en el puerto, que después de la crecida e inundación de meses atrás quedó muy deteriorado. Las hermanas comienzan a trapear la casa, manos a la obra hasta dejarlo todo listo. Igualmente preparan un rico almuerzo para después en la tarde salir río arriba hacia la comunidad de Morupichi donde nos espera el catequista Ananías con su gente para celebrar la eucaristía con varios bautismos. Nada mas llegar invitamos a la gente a confesarse, después de la eucaristía, bendición de plantas y el compadrazgo, todos quedaron muy contentos. Regresamos a la base en Bovera, ya en el camino río abajo nos cogió la noche, pero llegamos a puerto seguro para ir a cenar y descansar, recobrando fuerzas para el día siguiente.
Jueves 15 de octubre – Sta. Teresa de Jesús. El jueves 15 no estaba programado un trabajo pastoral, ni habíamos dicho a nadie que es lo que pensábamos hacer, sino descansar ya que nos dijeron que el viernes seria el vuelo para salir a Puyo. Pero este día, Fiesta teresiana, en la mañana dedicamos en las primeras horas visitar la escuela de Boveras, y hacer de carpinteros clavando algunas tablas en las puertas de la capilla y el dispensario ya que tenían huecos como para entrar animales o niños.
Después creíamos que podíamos hacer una visita paseo a Teresa Mama, por ser el día de la santa que lleva su nombre. Improvisamos el viaje poniéndonos en movimiento con Aurea que llego por casa. El obispo buscaría la canoa y el motor y ella al canoero que dirija la barca. Así que a las 11 de la mañana estábamos todos en el puerto listos para zarpar, llevaron la gasolina y el aceite para el motor; y Franklin sería el piloto, río arriba nos decía que tardaríamos 3 horas como mínimo para llegar a Teresa Mama, la comunidad más pequeña de la ribera, apenas llegaría a 5 familias, nos acordábamos que hay que hacer opción por las minorías, los olvidado y excluidos, y estos entraban en todas esas calificaciones. Durante el viaje en las dos primeras horas todo el tiempo muy bien pero en el últimos tramo empezó a llover y nos mojamos un rato, al llegar a Teresa Mama, que está situada en una loma alta era difícil el acceso resbaladizo por la lluvia caída. Al llegar era hora de almorzar, así que nos pusimos a comer en la primera casa que encontramos donde solo había unos niños y niñas, los papás no estaban, y mientras comíamos los atunes y granos que llevábamos, los niños fueron avisar a los otros que tendríamos la misa de Sta. Teresa en la capilla, una pequeña capilla bien cuidada a la punta de la pista de aterrizaje que en su día hicieron, y la escuelita en medio de la pista; nos dicen que son 12 niños en total en la escuela, y que el profesor no estaba.
Después de comer llegamos a la capilla para iniciar la misa los niños son los primeros en llegar y después algunas mujeres con sus hijitos, varones mayores no vimos, solo un joven. Dimos la misa y pedimos a Sta. Teresa que cuidara estas pequeñas comunidades en su fe. Después de acordar que entraría el padre misionero en diciembre, emprendimos el regreso pues si nos quedábamos mas tiempo ,llegaríamos de noche a casa y no es conveniente viajar a esa hora. Queríamos también entrar a visitar una comunidad río abajo, pero muy cerca de Teresa Mama se llama Siguacocha. Es una comunidad con aproximadamente 20 familias o más, nos habían dicho que había evangélicos y católicos, por ello no se había entrado mucho allá aunque algunos subian a misa cuando el misionero llegaba a Teresa Mama. Les preguntábamos a los que estaban tomando chicha en la casa si deseaban que se les visite por parte de nuestros misioneros o tener una capilla en la comunidad, y si lo querían tendrían que solicitarlo por escrito al Obispo de Puyo, así como elegir a uno de la comunidad para encargarse de la coordinación como catequista, mientras los catequistas de Bovera pudieran ayudarles. Aprobaron la idea y quedaron que harían la solicitud para iniciar de forma regular las visitas a su comunidad. Nos despedimos y enseguida emprendemos el regreso, el piloto aceleraría el motor, pero la lluvia se hizo presente durante casi todo el camino y aunque llegamos en la mitad del tiempo que a la ida, llegamos mojaditos como sopa hasta los huesos .Esos son los gajes del oficio misionero arriesgando ante la lluvia y el sol. Llegamos al atardecer a casa para preparar la cena, finiquitar las actas de los libros de sacramentos y dejar todo listo para salir el día siguiente rumbo a Puyo. Agradecíamos a Dios ofreciendo el último sacrificio de nuestra jornada y dejando que la ropa se secara en la noche .