HOMILÍA EN EL TE DEUM POR LA FUNDACIÓN DE
QUITO
Quito,
30 de noviembre de 2020
Hoy decimos un “Gracias” a Dios por los
486 años de Fundación de San Francisco de Quito. Con alegría, en
medio de tanto dolor y sufrimiento que vivimos todos, elevamos nuestra oración
al Señor. Quito, “ciudad franciscana y picaresca, recoleta y conventual,
ingeniosa y galante”. Ciudad que “guarda hasta hoy en su Centro Histórico el
espíritu cada día más bello y remozado, la identidad sugerente y cautivadora de
una urbe india de los Andes, preciosa y española”.
Y me hago una pregunta: ¿Podemos celebrar la Fundación de Quito en medio de tanto sufrimiento ocasionado por la pandemia? Y me he respondido a mí mismo que sí, que sí podemos celebrar, una celebración distinta sin duda, pero hay que celebrar.
Hay que celebrar que la vida continúa, hay que celebrar el don de la vida, hay que celebrar que luchamos juntos para salir adelante, hay que celebrar en unidad, una unidad de autoridades nacionales y municipales, una unidad con la Iglesia, que marca la vida de esta ciudad, una unidad con cada quiteño y con los que no lo somos de nacimiento pero que hemos hecho nuestra esta ciudad y nos podemos ya llamar quiteños, y yo, querido Jorge Yunda, alcalde de Quito, soy uno de ellos.
Celebramos estos 486 en medio de tanta oscuridad, porque eso ha sido y
es este tiempo, un tiempo de oscuridad, tiempo en que dejó de brillar el sol
radiante de Quito y todo se cubrió de tinieblas, como nos dijo Francisco, “nos
sorprendió una tormenta inesperada para la que no estábamos preparados”.
Quito, queridos hermanos, es LUZ, Quito, lo decimos con orgullo, es “LUZ DE AMÉRICA”. Y no podemos permitir ninguno de nosotros que esa luz se apague. Todos los que vivimos en Quito, todos nosotros los quiteños, debemos ser LUZ PARA LOS DEMÁS. Todos debemos llevar esa lámpara para iluminar el camino de los otros y para que todos encuentren el camino, un camino de trabajo, esfuerzo.
Han sido meses de no ver, meses de oscuridad,
pero debemos abrirnos siempre a la luz, debemos abrirnos a Dios y debemos
abrirnos a su amor, al amor de un Dios grande, un Dios cercano, un Dios que
viene a salvarnos. Pero estos meses no pueden oscurecer en nuestra memoria los 486
años de historia, una historia forjada con esfuerzo, con entrega, con
dedicación y con fe, porque si algo marca la vida y la historia de esta ciudad
es su fe, por algo se la llama la “franciscana ciudad de Quito”. Una fe hecha
vida, una fe hecha monumentos, una fe tallada en piedra en las fachadas de las
iglesias, una fe que se hace “siete cruces” en la tradicional calle del Centro
Histórico, una fe de monasterios y de oración.
Es una fe hecha multitud en la tradicional
procesión de “Jesús del Gran Poder”. Es la fe de cucuruchos, de penitentes, de
hombres y mujeres que elevan la mirada hacia una cruz de salvación. Es una fe
del arrastre de caudas, único en el mundo. Es una fe hecha pétalos de rosa en
la procesión de la Solemnidad de Corpus Christi desde la Catedral hasta la
Basílica del Voto Nacional.
Es una fe esculpida en metal en el bello monumento de la “Virgen de Quito”, que mira a toda la ciudad, porque para el amor de una madre, y María es nuestra Buena Madre, no hay norte ni sur, no hay este y oeste.
Ella nos mira a todos con su corazón materno y nos cobija bajo su manto. Es una fe cotidiana, una fe de todos los días, de la calle, del vendedor, del comerciante, del artesano, del padre y madre de familia, y, espero sea también una fe de las autoridades.
Ustedes, hombres y mujeres que
sirven a su ciudad, no olviden a Dios, no vivan en oscuridad, pongan la luz de
la fe en sus corazones, en sus mentes, en sus vidas y desde la fe en un Dios
cercano sirvan a todos y háganlo convencidos de que son hermanos y de que están
allí, en los cargos que ejercen, para servir, no para servirse de ellos.
Doy gracias, como Arzobispo de Quito, a
todas las autoridades locales, de ayer y de hoy, que siempre han estado
dispuestas a dar la mano, a trabajar juntos, a preservar el carácter religioso
de esta ciudad capital, de nuestra “Luz de América”. Su compromiso, queridas
autoridades, contribuye y estoy seguro que contribuirá para que el patrimonio
cultural y religioso, un patrimonio intangible, se mantenga y se consolide cada
vez más. Confío plenamente que esta bendita tradición de dar gracias a Dios por
la Fundación de la ciudad se mantenga y que el paso de tiempo no haga sino
consolidarla y fortalecerla.
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