En Quito, en los siglos XVI y XVII, se dan apariciones marianas para el siglo XX. Veamos:
Mariana de Jesús Torres, una religiosa concepcionista española que vivía en Quito y tuvo apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso, entre 1594 y 1634. Lo que la Madre de Dios anunció, fue el triunfo de su Inmaculado Corazón.
Las apariciones de Quito se han hecho famosas en las últimas décadas debido a la gran cantidad de profecías que se dice hablan de una crisis en la Iglesia en el siglo XX. Las profecías hablan de estos temas:
- La luz de la fe casi se extinguirá en el siglo XX.
- El sacramento del matrimonio será atacado, la época se caracterizará por la lujuria desenfrenada y una corrupción moral casi total.
- El Diablo también atacará la inocencia de los niños.
- Habrá una crisis en las comunidades religiosas y sacerdotes depravados escandalizarán al pueblo cristiano.
- Las profanaciones del Santísimo Sacramento serán numerosas.
- Tras el aparente triunfo de Satanás, la Virgen destruirá el orgullo del Maligno, que será encadenado. Posición de la Iglesia:
Mientras la madre Mariana vivía, el obispo de Quito, Mons. Salvador de Ribera, consagró la imagen de la Virgen en la Iglesia de la Inmaculada Concepción el 2 de febrero de 1611. La devoción a Nuestra Señora del Buen Suceso y las apariciones también fueron apoyadas por su sucesor, Mons. Pedro de Oviedo, obispo de 1630 a 1646. En 1906, esto es, 271 años después de su muerte, fue exhumado el cuerpo de la madre Mariana y encontrado incorrupto. Su proceso de beatificación se abrió en 1986. El Convento de la Inmaculada Concepción en Quito fue proclamado santuario mariano.Nuestra Señora del Buen Suceso
En el Monasterio de la Concepción de la ciudad de Quito, Ecuador, se hallaba orando la abadesa Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa
cuando, repentinamente, Nuestra Señora hizo su aparición para anunciar
terribles premoniciones y el triunfo de la Santa Iglesia. Era el 2 de febrero de 1594 (cuando la ciudad de San Francisco de
Quito tenía apenas 60 años de su fundación española), la Madre Mariana
Francisca de Jesús Torres oraba como todas las noches en el coro alto, frente
al altar mayor cuando, repentinamente, vio apagarse la llama que ardía frente
al Santísimo, dejando a la capilla en completa obscuridad. De repente, una voz
dulce y angelical le dijo: “Soy María del Buen Suceso, la Reina del Cielo y de
la Tierra”, mientras una luz celestial iluminaba el recinto.Terribles predicciones:
“Amada hija de mi corazón, Yo soy María del Buen Suceso, vuestra madre y
protectora” y así comenzó una serie de predicciones que llenaron de angustia a
Mariana de Jesús. Grandes herejías se abatirían sobre la Tierra a fines del
siglo XIX y todo el XX. “La luz de la Fe se extinguirá en las almas debido a la
casi total corrupción de las costumbres. En esos tiempos estará la atmósfera
repleta del espíritu de impureza (...) habrá grandes calamidades, físicas y
morales, públicas y privadas. El corto número de almas en las cuales se
conservará el culto de la Fe y de las buenas costumbres sufrirá un cruel e
indecible padecer ...”.
Continuó diciendo la Santa Madre que serían considerados mártires aquellos que
se sacrificaran a sí mismos por la Iglesia y las naciones y que vendrían
momentos en los que todo parecería perdido y paralizado, pero ese “.. será el
feliz principio de la restauración completa”. También anunció la emancipación de
España y el martirio del presidente D. Gabriel García Moreno el 6 de agosto de
1875.
Anuncio de esperanza
Las predicciones hechas por Nuestra Señora a sor Mariana fueron terribles.
Cataclismos, pestes, hambrunas, guerras sangrientas, invasiones y blasfemias;”...habrá
una guerra formidable y espantosa en la que fluirá sangre de propios y ajenos,
de sacerdotes seculares y regulares y también de religiosas”.
Sin embargo, sobre el final, palabras de esperanza inflamaron el ánimo de la
religiosa: “...entonces es llegada mi hora, en la que Yo, de una manera
asombrosa destronaré al soberbio Satanás, poniéndolo bajo mi planta y
encadenándolo en el abismo infernal, dejando por fin libre a la Iglesia y a la
Patria de su cruel tiranía”.
Lo que la Madre de Dios anunció, al igual que en Fátima siglos más tarde aunque
con otras palabras, fue el triunfo de su Inmaculado Corazón: “Recen con
insistencia pidiendo a nuestro Padre Celestial que ponga fin atan malvados
tiempos, por el amor del Corazón Eucarístico de mi Santísimo Hijo...”.
Magnífica imagen
Nuestra Señora pidió también insistentes oraciones para que Dios envíe “... el
Prelado que deberá restaurar el espíritu de los sacerdotes”. Prelado al que
“dotaremos de una capacidad pura, de humildad de corazón, de docilidad a las
diversas inspiraciones, de fortaleza para defender los derechos de la Iglesia”
y de “un corazón tierno para que, cual otro Cristo, atienda al grande y al
pequeño”.
La Virgen María indicó que Francisco del Castillo, el mejor escultor de Quito,
tallase su imagen asegurando que serían los Arcángeles San Miguel, San Gabriel
y San Rafael quienes guiarían su mano.
El 16 de enero de 1611, temprano por la mañana, cuando las hermanas entraron en
la capilla para orar, vieron la magnífica imagen en el coro irradiando luz
hacia todas partes, milagrosamente transformada por los tres Arcángeles.
La Madre Mariana Francisca de Jesús Torres falleció en olor de santidad el 16
de enero de 1635. “Ha muerto una santa”, exclamó la futura Santa Mariana de
Jesús Paredes, entonces con 17 años de edad. *Por: Mons. Luis E. Cadena y Almeida | Fuente: Mensaje Profético de la
Sierva de Dios Sor Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa y su fiel
cumplimiento a través de los siglosLa Virgen del Buen Suceso de Quito: la bella historia de la imagen
«milagrosa» de María tallada por los propios ángeles
La Virgen del Buen Suceso es extremadamente querida por el pueblo
ecuatoriano: A finales del siglo XVI y principios del XVII se produjeron
en el Real Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, la que tiempo
más tarde se convertiría en la capital del futuro Ecuador, hechos
extraordinarios. Allí la Virgen María, bajo la advocación del Buen Suceso, se
apareció a la Madre Mariana de Jesús Torres.
En sus mensajes hacía una descripción del mundo que llegaría con la
crisis de fe del mundo, pero también en el seno de la Iglesia. Pero uno de los
aspectos más llamativos es es el de la imagen milagrosa, la talla que la
Virgen ordenó a la religiosa que mandase esculpir una imagen suya que finalmente
fue tallada por los propios ángeles. Así quedó documentado en
esta crónica de la época:
“Medianoche. En el
Real Monasterio de la Inmaculada Concepción, de Quito, el silencio fue roto por
las doce campanadas del reloj que indicaba el comienzo del día 2 de
febrero de 1594. Poco después entraba en la capilla la joven priora, la Madre
Mariana de Jesús Torres. Con el corazón
repleto de amarguras, había ido a implorarle al divino Redentor que por
intercesión de su bendita Madre solucionara los problemas que dificultaban la
evangelización de aquellas tierras: los malos ejemplos que daban algunos sacerdotes
y religiosos indignos, los injustificables desmanes de las autoridades
eclesiásticas y civiles, agravado todo ello por manifestaciones de
desobediencia en su propio convento. Prosternada con la frente en el duro suelo
de piedra, oraba con fervor cuando una dulce voz interrumpió sus plegarias
llamándola por su nombre: “Mariana, hija mía”. Se levantó rápidamente y vio delante de ella a una bellísima
Señora, resplandeciente de luz, que tenía en su mano izquierda al Niño Jesús y
en la derecha un báculo todo de oro pulido, adornado con piedras preciosas.
—Hermosa Señora,
¿quién sois y qué queréis? —le preguntó, rebosante de felicidad.
—Soy María del
Buen Suceso, la Reina del Cielo y de la tierra. Vengo a consolar tu
corazón afligido. Empuño en el brazo derecho el báculo que ves, porque quiero
gobernar este mi monasterio como Priora y Madre.
Duró cerca de dos
horas el coloquio de la humilde monja con la celestial Visitante. Cuando ésta
se retiró, tan sólo la tenue luz del candil iluminaba la capilla, pero la
Madre Mariana se sentía tan fortalecida como deseosa de luchar y sufrir
por amor a Nuestro Señor Jesucristo.
¡Y no le faltaron
sufrimientos y pruebas! Cinco años después, la madrugada del 16 de enero de
1599, se le apareció de nuevo la Santísima Virgen para reconfortarla. Le
comunicó los designios de Dios en relación con aquel monasterio, le hizo
proféticas revelaciones acerca del futuro de Ecuador y de las persecuciones que
allí sufrirían las comunidades religiosas, y agregó:
—Por eso es
voluntad de mi Hijo Santísimo que tú misma mandes ejecutar una estatua
mía, tal como me ves, y la coloques sobre la cátedra de la priora para que yo
desde ahí gobierne mi monasterio, poniendo en mi mano derecha el báculo y
las llaves de la clausura en señal de propiedad y autoridad. A mi divino Niño
lo harás colocar en mi mano izquierda: primero, para que los mortales entiendan
que soy poderosa para aplacar la justicia divina y alcanzar piedad y perdón a
toda alma pecadora que a mí acuda con corazón contrito; y segundo, para que mis
hijas comprendan que les muestro y les doy como modelo de su perfección
religiosa a mi Hijo Santísimo; vengan ellas a mí para que yo les conduzca a Él.
La religiosa
ponderó con timidez:—Linda Señora, vuestra hermosura me encanta. ¡Oh, si me
fuera dado dejar la tierra ingrata para elevarme con Vos al Cielo! Mas
permitidme que os haga saber que ninguna persona humana, por más entendida que
fuese en el arte de la escultura, podrá trabajar en madera vuestra encantadora
imagen, tal como me pedís. Enviad para esto a mi Seráfico Padre a
fin de que él labre esta obra en madera escogida, teniendo como oficiales a los
ángeles del Cielo, porque no sabría explicar ni menos podría saber y dar la
estatura de vuestra talla.
—Nada te
atemorice, hija mía — contestó la Virgen—, atenderé tu
petición. En cuanto a mi altura mídela tú misma con el cordón seráfico que
traes a tu cintura.
La joven priora
hizo una reverente objeción: Hermosa Señora, mi Madre querida, ¿atreverme
yo a tocar vuestra frente divina, cuando los espíritus angélicos pueden
hacerlo? Vos sois el arca viva de la alianza entre los pobres mortales y
Dios; y si Osa cayó muerto sólo por el hecho de haber tocado el Arca santa para
evitar que cayese al suelo [2 Sam 6, 6-7], cuánto más yo, mujer pobre y débil…
—Me alegra tu
humilde temor y veo el amor ardiente a tu Madre del Cielo que te habla; trae
y pon en mi mano derecha tu cordón y tú con la otra extremidad toca mis
pies.
Temblando de
júbilo, de amor y reverencia, la religiosa hizo lo que María Santísima le
ordenaba, y ésta prosiguió:
—Aquí tienes,
hija mía, la medida de tu Madre del Cielo; entrégala a mi siervo Francisco
del Castillo, explicándole mis facciones y mi postura. Él trabajará
exteriormente mi imagen porque es de conciencia delicada y observa
escrupulosamente los Mandamientos de Dios y de la Iglesia; ningún otro escultor
será digno de esta gracia. Tú ayúdalo con tus oraciones y con tu humilde
sufrimiento.
En otra aparición,
en la misma hora de las anteriores, es decir, poco después de las doce
campanadas de la medianoche, la Virgen Madre de Dios prenunció una época
calamitosa para la Iglesia en Ecuador, tiempos en los que casi no se
encontraría inocencia en los niños, ni pudor en las mujeres, y añadió:
—Con todo esto
sufrirán tus sucesoras; ellas aplacarán la ira divina recurriendo a mí
bajo la advocación del Buen Suceso, cuya imagen pido y mando que hagas
ejecutar para consuelo y sustento de mi monasterio y de los fieles de ese
tiempo. Esta devoción será el pararrayo colocado entre la justicia divina y el
mundo prevaricador. Hoy mismo, cuando amanezca, irás a hablar con el obispo y
le dirás que yo te pido que mandes esculpir mi imagen para que sea colocada a
la cabeza de mi comunidad, a fin de tomar posesión completa de aquello que por
tantos títulos me pertenece. Él deberá consagrar mi imagen con el sagrado óleo
y le pondrá el nombre de María del Buen Suceso de la Purificación o
Candelaria. E insistió:
—Ahora es
preciso que mandes ejecutar con presteza mi santa imagen, tal cual me ves,
y te apresures a colocarla en el lugar que te indiqué.
La humilde
religiosa repitió la misma tímida objeción que había hecho cinco años antes:
—Bella Señora y
Madre querida de mi alma, la imperceptible hormiguita que tenéis ante vuestra
presencia, no podrá referir al artista ninguna de vuestras bellas facciones,
vuestra hermosura, ni vuestra estatura; no tengo palabras para explicarlo,
y no hay nadie en la tierra capaz de hacer la obra que me solicitáis.
—Nada de esto te
preocupe, hija querida. La perfección de la obra corre por mi cuenta. Gabriel,
Miguel y Rafael tomarán a su cargo secretamente la fabricación de mi imagen.
Deberás llamar a Francisco del Castillo, que entiende de arte, para darle una
sucinta descripción de mis facciones, exactamente como me viste, pues con esta
finalidad me aparecí tantas veces a ti.
Y por segunda vez
la Virgen Santa le ordenó que midiera su altura:
—En cuanto a mi
estatura, trae acá el cordón que te ciñe y mídeme sin temor, pues a
una Madre como yo le agrada la confianza respetuosa y la humildad de sus hijas.
—Reina del Cielo y
Madre querida, aquí tienes la cuerda para mediros. ¿Quién la sostendrá en
vuestra hermosa frente, adornada por esa linda corona, con la que la Santísima
Trinidad os coronó? Yo no me atrevo, ni podría alcanzar vuestra altura por
mi pequeña estatura.
—Hija
querida, pon en mis manos una de las puntas de tu cuerda y yo la
colocaré en mi frente, y tú aplicarás la otra a mi pie derecho.
Nuestra Señora tomó
una de las extremidades del cordón y la puso en su frente, dejando a la
extasiada monja que hiciera otro tanto en el pie derecho. El cordón era un
poco corto, pero se estiró milagrosamente, como elástico, hasta alcanzar la
estatura de la celestial Dama.
“Hoy mismo, cuando
amanezca, irás a hablar con el obispo”, le había mandado la Virgen Santísima a la
Madre Mariana. No obstante, previendo diversos obstáculos iba atrasando el
cumplimiento de la orden recibida. Doce días después se le apareció de
nuevo, resplandeciente de luz como siempre, pero esta vez silenciosa y
mirándola con amable severidad.
Tras oír una
maternal advertencia, seguida de explicaciones que deshicieron todos sus
temores, respondió la religiosa:
—Bella Señora,
justa es vuestra reprensión. Os pido perdón y misericordia, y prometo
enmendarme. Hoy mismo hablaré con el obispo para comenzar la ejecución
de vuestra imagen.
De hecho, ese
mismo día expuso a Mons. Salvador de Ribera la orden recibida de la Reina del
Cielo. Él oyó con atención el relato de la santa priora, puso a prueba su
objetividad, por medio de muchas preguntas capciosas, y, por fin, dio su
aprobación al proyecto; se comprometió incluso a ayudar en todo lo necesario
para su pronta realización.
Entonces la Madre
Mariana se apresuró a contratar al escultor Francisco del Castillo: “Sabiendo
que usted es ante todo un buen católico y después hábil escultor, quiero
confiarle una obra muy especial que requiere un aplicado esmero: esculpir una
imagen de la Virgen María, la cual deberá tener facciones celestiales,
semejantes a las de Nuestra Madre Santísima que está en el Cielo en cuerpo y
alma; yo le daré la medida, pues tendrá la estatura exacta de nuestra
celestial Reina”.
Francisco del
Castillo recibió esa incumbencia como una insigne gracia de Nuestra Señora y
rechazó categóricamente cualquier pago por sus servicios. Dedicó varios
días buscando en Quito y en los alrededores la mejor madera, y enseguida se
puso manos a la obra. Trabajaba con tanto amor, y sentía tamaña consolación que
no conseguía contener las lágrimas.
Pronto surgieron
bienhechores para las tres importantes piezas de orfebrería: las llaves, la
corona y el báculo. A petición de las monjas, el escultor realizó todo el
servicio no en su taller, sino en el coro alto del monasterio.
Se había fijado
para el día 2 de febrero de 1611 la solemne bendición litúrgica de la imagen
sagrada. Tres semanas antes de ese plazo, faltaba solamente un “pequeño”
detalle: darle al rostro un colorido digno de la cara de la Santa Virgen
de las vírgenes. Decidió el maestro Del Castillo hacer una última pesquisa en
busca de las mejores tintas; marchó con ese objetivo, y prometió estar de
vuelta el 16 de enero para ejecutar la delicada operación, de lejos la más
importante de sus obras. Grande era la expectativa de las religiosas cuando, al
amanecer del día 16 se dirigían a la capilla para, como de costumbre, alabar a
Nuestra Señora con el canto del Pequeño Oficio. Al acercarse al coro alto comenzaron
a escuchar melodiosas armonías que las dejaron llenas de emoción. Entraron
presurosas y… ¡oh prodigio!, una luz celestial inundaba todo el recinto, en el
cual resonaban arrebatadoras voces de ángeles que cantaban el himno Salve
Sancta ParensParens (Dios te salve, Santa Madre).
Entonces se dieron
cuenta del portentoso hecho: la imagen estaba concluida de forma milagrosa.
Desbordantes de
admiración, contemplaban aquel celestial rostro, del que salían rayos de luz
que iluminaban toda la iglesia. Aureolada por esa luz vivísima, la fisonomía de
la santa imagen se mostraba majestuosa, serena, dulce, amable y atrayente, como
invitando a sus hijas a que se acercaran con confianza a darle un filial abrazo
de júbilo y de bienvenida. El semblante del Niño Jesús expresaba amor y ternura
para con aquellas esposas suyas tan amadas por Él y por su Madre. Ese
día todas progresaron en la vida espiritual, y comprendiendo mejor su
propia vocación, pasaban a amar más y más a su divino Esposo y se empeñaban en
el cumplimiento exacto de la Regla y de las obligaciones particulares.
A la hora
concertada llegó Francisco del Castillo, contento por haber encontrado
excelentes tintas para concluir la obra escultural. Sin decirle nada de lo que
había ocurrido, la Madre Mariana y algunas monjas más lo acompañaron al coro
alto. Imposible describir la sorpresa y la emoción del piadoso artista.
—Madres, ¿qué veo? Esta
primorosa imagen no es obra mía. No sé lo que siente mi corazón, pero esta obra
es angelical. Ningún escultor, por hábil que sea, podrá jamás imitar
tanta perfección y tan extraordinaria belleza.
Y diciendo esto,
cayó de rodillas a los pies de la santa imagen, desahogando su corazón,
inundado en lágrimas que brotaban de sus ojos. Se levantó enseguida, pidió
papel y tinta para hacer un testimonio escrito, jurando no ser aquella imagen
obra suya, sino de los ángeles, porque se encontraba acabada de otra manera que
la que había dejado seis días antes en el coro superior del monasterio. Jamás
había visto, ni en España, ni en toda su larga vida, de ya 67 años, color de
piel igual a ese.
No contento con eso,
salió sin demora en busca del obispo, Monseñor Salvador de Ribera, a quien le
hizo un detallado relato de lo ocurrido, reafirmando que en aquella imagen nada
era obra de sus manos: ni la escultura ni, mucho menos aún, la pintura
y el color de la piel.
De este modo, quedó
documentado que la imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso fue ejecutada por
los ángeles. La Virgen María cumplió a rajatabla la promesa que le
hiciera a la Madre Mariana: “La perfección de la obra corre por mi cuenta.
Gabriel, Miguel y Rafael tomarán a su cargo secretamente la fabricación de mi
imagen”.