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domingo, 10 de noviembre de 2019

- Rituales funerarios andinos

Flores y comida en los rituales funerarios andinos: Rituales andinos aún se conservan en los funerales.

En los velorios no puede faltar la comida para todos los acompañantes. Al quinto día las familias se reúnen para lavar la ropa del difunto, lo que ellos llaman “El Cinco”. Aunque dolorosa, la muerte es parte de la vida y su presencia involucra una serie de rituales que en muchos casos aún se mantienen en especial dentro de las comunidades andinas.
Cuando el deceso es evidente es preciso preparar a esa persona para su defunción. Por lo general, se contrata un sabio, quien mediante ritos ayuda al doliente a ir entre la vida y la muerte. Luego vienen los ritos de “paso”. El primero consiste en la vestimenta, tanto del difunto como de la familia. Las personas allegadas, generalmente la madre o cónyuge, colocan al fallecido sobre una mesa y lo bañan con agua del río y hojas de romero. Posteriormente a esto se escoge la mejor vestimenta del finado y se prepara la mortaja.
Por su parte, los familiares vestirán de negro como símbolo de duelo. Es de gran importancia cerciorarse que el cadáver tenga los ojos y la boca completamente cerrados, caso contrario “el alma podría escaparse o los malos espíritus ingresar”. La preparación del velorio recae sobre todo en los familiares.
Las velas y flores son imprescindibles, así como la comida y el aguardiente. Años atrás los acompañantes llegaban en parejas, las mujeres portaban las sopas o el locro (comida) y los hombres dinero y coronas de flores, recuerda la ciudadana Cecilia Vargas. “Usualmente se solicita a una persona mayor que conoce las plegarias tanto en quichua como en latín que inicie los rezos”.
Una vez terminadas las oraciones está permitido jugar el huairo y el chunkana. En el caso del primero se colocan velas y el cuadro de almas (lienzo), además de un mantel o chalina en el suelo, sobre este un tablero de madera con agujeros en donde lanzan el dado y recorrerán el número de espacios que establezca.  
En el juego original se empleaba el huairo, que es una parte del fémur, si este cae de pie el concursante gana. El dinero recolectado es entregado a la familia del difunto. El velorio dura hasta cuatro días. Generalmente la familia permanece en vela y los acompañantes se retiran al amanecer.
Preparativos. Previamente al entierro se prepara el cuerpo y se ordenan los elementos que el difunto necesitará en el otro mundo. 
El plato de barro y la cuchara de palo es para que pueda alimentarse; la escobilla de romero para que barra su nueva casa; la soguilla de ramos benditos para que cargue los granos de la cosecha. Las monedas para que pague su contribución en la puerta de entrada del otro mundo; la aguja y el hilo para que remiende su traje. Luego de la misa en honor al fallecido, los familiares sacan el ataúd y dan tres vueltas a la casa.
En el patio con la vista al interior de la vivienda se arrodillan y parten rumbo al cementerio. Los días martes y viernes son considerados “días del diablo”, por lo que se evita enterrar a los muertos en estas fechas. Antes del entierro, el ataúd se abre para que el difunto mire por última vez este mundo. Luego de este evento, la familia doliente ofrece un banquete donde los alimentos pesados como la carne de cerdo y el ají no están permitidos. En su lugar se come res o pollo y maíz blanco. 
En el quinto día tiene lugar el pichca, popularmente conocido como “El Cinco”. En este rito la familia del occiso se reúne para lavar su ropa y eliminar los “malos humores”, de modo que este no se presente para reclamar sus pertenencias. Solo cuando este acontecimiento se consuma está permitido obsequiar las prendas del occiso. 
Con este suceso se cierra el ciclo de la muerte y se da paso a los rituales de conmemoración. La primera ceremonia se conoce como Semana Karai y tiene lugar ocho días después del pichca, donde los familiares se reúnen en torno a la tumba, celebran una eucaristía y comparten alimentos.
Las celebraciones continúan en los aniversarios del fallecimiento, en el cumpleaños del occiso y en el día de muertos. Elsa Sinchi, investigadora, elabora un proyecto que recoge las distintas costumbres funerarias andinas que permanecen hasta estos días. “Han habido transformaciones; sin embargo, los ritos de paso están presentes tanto en la ciudad como la parte rural”, comenta. “El Cinco”, los juegos y la preparación de alimentos son tradiciones que se mantienen. No obstante, se han adaptado a los contextos del tiempo. “Uno siempre va a enterrar a sus muertos y siempre tendrá ritos para hacerlo”.

EL RITUAL FUNERARIO ANDINO DE ADULTOS EN OTAVALO, ECUADOR
En medio de lloros y lamentos fueron por agua al río cercano, en esa agua pusieron hojas de romero. Acto seguido desvistieron a mi abuelo, le soltaron el pelo hecho trenza y en medio del patio le bañaron. Mientras realizaban el baño, en medio de llantos le hablaban al muerto como si les escuchase y constantemente repetían frases en kichua, que decían: "¿Qué te ha pasado, papacito?.. ¿A dónde vas, papacito?... Levántate, papacito.... ¿Con quién hablaré ahora, papacito?... ¿Quién me aconsejará, papacito?... ¿Qué será de mí, papacito? ... ¿Quién me dirá siquiera: ven acá?... Despierta... Levántate, papacito".
Luego de varios minutos terminaron el baño del cuerpo y el cabello, cubrieron el cuerpo con una sábana blanca. Mi tía le peinó el pelo y nuevamente le hizo trenza, mientras mi mamá le vistió con la mejor ropa que mi abuelo había tenido. Mientras le arreglaban, entre lamentos le hablaban a mi abuelo, diciendo: "... Irá viendo bien el camino...; mamita ha de estar allí...; nosotros todavía nos quedamos aquí...; no estará triste...; si algo le hace falta avisará para enviarle con alguien...; ayúdenos a cuidar a nuestros hijos...; no nos olvide..."
Este relato del que fui testigo directo y otros más que los vivo en la comunidad de Cotama, cantón de Otavalo, provincia de Imbabura, nos puede sintonizar con el mundo andino de cómo entendemos la muerte los pueblos originarios de la región septentrional del Ecuador.
Con un breve análisis del mito sobre la muerte y los rituales funerarios que persisten en nuestros pueblos, podemos entender que la muerte-wañui es la etapa de transición hacia el chaishuk-pach o el otro mundo, vida espiritual para el que nos preparamos durante toda esta vida.
En la vida cotidiana siempre estamos conscientes de la muerte. Así en fechas especiales como el 2 de Noviembre, Jueves Santo, San Pedro, Ascensión y también los días Lunes y Jueves de la semana que son dedicados a los muertos, acudimos al cementerio para compartir nuestra comida con nuestros familiares fallecidos.
Un comunero, cuando siente el peso de los años sobre su vida, convoca a todos sus hijos y poniendo de testigos a familiares respetados y a los ancianos de la comunidad, imparte consejos de unidad familiar, de trabajo y de solidaridad. Igualmente hace la repartición de todos sus bienes entre sus hijos.
Los sueños son señas muy observadas. Soñar derrumbes, deslizamientos de montañas y derrumbes de casa indica muerte. Soñar que se le cae un diente pronostica la muerte próxima de un familiar o de un comunero. Soñar viendo carne, es un pronóstico de muerte. 
Son muchos los factores de la vida cotidiana que indican al andino de Otavalo la cercanía de la muerte. Cuando finalmente ocurre lo esperado, el baño ritual del difunto es muy importante, para lo que el agua a utilizarse tiene que ser de un río o de una vertiente. Nunca se debe utilizar agua estancada o del grifo, porque estas aguas están muertas. Es necesario utilizar un agua viva. Las hojas de romero significan la eternidad por lo que es imprescindible poner estas hojas en el agua conjuntamente con hojas de claveles rojos y blancos. El acto del baño equivale a la purificación del difunto para iniciar un nuevo ciclo en su vida. Es limpiarse de las impurezas para iniciar el recorrido hacia el chaishuk-pacha.
Los familiares reúnen toda la comida y reparten a todos los acompañantes para comer junto al difunto. Esta actitud de acudir al velorio es muy importante, ya que es endeudarle al familiar que tiene la obligación de corresponderle de la misma manera y con los mismos presentes que ha recibido.
Pero el velorio de adultos, tomando en cuenta que adulto en nuestras comunidades equivale a una persona casada sea cualquiera su edad, se solicita el aporte del Taita Maestro, que es una persona que conoce y sabe los rezos católicos y plegarias propias en idioma kichua. En la tarde del velorio, el Taita Maestro inicia el rito implorando en voz alta por el difunto, mientras la comunidad comparte la comida. Una vez terminada la comida comunitaria, los acompañantes con la autorización del Taita Maestro comienzan los juegos fúnebres, pero para ello es necesario iniciar con el juego del chunkana.
Para el juego del chunkana se forman dos grupos del mismo número, sin límite de cantidad en los jugadores. Cada grupo nombra un cabecilla que dirige el juego para sus partidarios. Mientras tanto el Taita Maestro quema un lado de 6 granos de maíz al fuego de una vela que son katsa o granos mayores y reparte 12 granos de maíz a cada jugador. El cabecilla del grupo reúne los granos de maíz en un sólo montón y se inicia el juego. Gana el partido el grupo que termine primero los granos acumulados.
Existen muchos juegos más con los que los acompañantes, especialmente los adultos, juegan hasta el amanecer, en medio de risas y alegrías. Cabe destacar que en los velorios de adultos no se consume licor, inclusive en nuestros días porque para estos juegos se requiere de mucha habilidad física e intelectual. Los distintos juegos funerarios son coordinados por el Taita Maestro y tienen como propósito alegrar el dolor de los familiares y apoyar el ánimo del difunto para que recorra el camino difícil al chaishuk-pacha. Por esta forma de realizar velorios, los blancos, los mestizos y los miembros de las sectas religiosas con desprecio nos llaman "ignorantes", pero para nosotros estos juegos contienen profundos significados religiosos. Es que no podemos estar tristes cuando los familiares del difunto necesitan una terapia para su dolor por la pérdida de un ser querido y el difunto necesita ánimo moral para atravesar el camino hacia el chaishuk-pacha.
A las 5 de la mañana, que es cuando termina la noche del velorio, se hace el Wantiay, el grito ritual, que es el momento culminante de los funerales de adultos en las comunidades de Otavalo. En el wantiay participan todos los acompañantes del velorio. Para ello el Taita Maestro se ubica en el patio y reza en voz alta varias oraciones católicas y unas plegarias en kichua. Luego se lanza en forma prolongada y con toda fuerza el grito: "¡Wantiay...!" y los acompañantes también gritan a todo pulmón: "¡Wantiay...!". Se repite el grito por cuatro veces, un grito por cada pacha o dimensión. Luego de los cuatro gritos el Taita Maestro continúa con rezos en voz alta y repite el grito: "¡Wantiay...!" por cuatro ocasiones con el acompañamiento de los familiares. Nuestros mayores nos enseñan que este grito es escuchado en las cuatro dimensiones. En el preciso momento del grito sagrado, todos los espíritus de los antepasados abandonan el chaishuk-pacha y vienen al kai-pacha para llevar consigo el difunto y guiarle por el camino.
Está prohibido pronunciar la palabra sagrada wantiay en cualquier momento o en cualquier parte sin motivo alguno que no sea en los funerales de un adulto. Es el término que, al ser pronunciado en comunidad, abre las puertas del hawa-pachakai-pachauku-pacha y el chaishuk-pacha, las cuatro dimensiones del universo según la sabiduría del pueblo andino de Otavalo. Luego del wantiay los participantes comen la primera comida del día para iniciar la salida hacia el cementerio. 
Luego de la comida, los familiares ponen en el ataúd los elementos necesarios para la vida del difunto en el chaishuk-pacha como:
Plato de barro y cuchara de palo: Le servirán al difunto para que pueda coger la comida que se le dará en el chaishuk-pacha. 
No es conveniente mandar con el muerto platos y cucharas de metal, porque allí dan de comer comida bien caliente y estos trastes son incómodos y el difunto se quemaría con esta comida a cada momento.
Escobilla de romero: Sirve para que el difunto pueda barrer su casa y mantenerla limpia.
Soguilla de ramos benditos: Le servirán para que el difunto cargue los granos de las cosechas.
Monedas: Le servirán para que pague su contribución en la puerta de entrada al chaishuk-pacha.
Aguja con hilo: Le servirán para que remiende y confeccione su vestido.
Además, se envía al difunto diversos objetos muy queridos por él durante su vida, así por ejemplo si es músico de flauta, se le envía su par de flautas. En algunas ocasiones, los familiares se olvidan de enviar con el muerto algún elemento indispensable. Entonces cuando muere algún familiar pueden mandar encargando este elemento para que se le entregue al llegar al chaishuk-pacha. Para ello al difunto una y otra vez le hablan encargándole que lo entregue a tal alma.
También se nos ha enseñado que durante nuestra vida es necesario tener como obligación al perro, porque este animal en el duro camino al chaishuk-pacha, le ayuda y guía al difunto, y en muchos casos cuando le dan de comer carne de caballo, el perro le ayuda a comer rápidamente, mientras que el gato no puede hacerlo así. Por ello no es bueno tener gatos en la casa sino perros.
Se nos ha dicho también que no es bueno enterrar el muerto en bóvedas porque en el chaishuk-pacha vivirá como prisionero en una cárcel. Por ello hay que enterrarle en la tierra.
Luego de colocar estos elementos indispensables, los familiares sacan el ataúd y dan tres vueltas a la casa como despedida y en el patio con la vista al interior de la casa se arrodillan y salen con rumbo al cementerio.
Luego de ofrecer la misa en honor al difunto en la iglesia de la parroquia respectiva, se llega al cementerio y el féretro es colocado en el centro del cementerio mientras algunos familiares se encargan de cavar la fosa y los demás realizan el intercambio de comidas y la comida comunitaria en honor al muerto. Cuando llega el momento del entierro, los familiares abren el ataúd por breves momentos para que el difunto contemple por última vez el sumak-mundo o este gran mundo. Finalmente, se cierra el ataúd y lo colocan en la fosa común y cubierto con tierra en medio del llanto y dolor de sus familiares.
Pero esto no es el final de todo. Como actos recordatorios se efectúan posteriormente varios rituales complementarios, como por ejemplo la "semana karai", las misas para el difunto y el aniversario.
"Semana karai": es la ofrenda en honor al difunto que se ofrece a los ocho días en el cementerio. Esto consiste en realizar los mismos rituales del velorio con el Taita Maestro, los mismos juegos, los mismos responsos, la misma misa con el cura y la misma comida comunitaria que se realizó con el difunto presente. Estas misas son realizadas por los hijos del fallecido, todos aportan por igual para este cometido. Este tipo de misas pueden ser repetidas las veces que los familiares quieran y puedan de acuerdo a su condición económica.
Aparte de la misa anual, los muertos son recordados en fechas especiales. Entonces la familia y la comunidad acuden al cementerio a recordar y compartir su comida con los muertos. Así cuando acudimos al camposanto vamos teniendo en mente a toda nuestra genealogía del que somos capaces de recordar, y por cada uno de ellos hacemos rezar oraciones en su honor nombrándolos. Por los que no podemos recordar con su nombre por el tiempo tan largo que pasó, pedimos al final que rece por las almas que ya no conocemos porque sabemos que ellos continúan viviendo y de vez en cuando se comunican con nosotros a través de los sueños y de otros fenómenos.
Para nosotros, la muerte es uno de los aspectos fundamentales de la vida. Para este momento nos preparamos durante toda nuestra existencia. La muerte no es el final de todo. Es el inicio de otra vida. Es el ciclo del fin de la ignorancia y el comienzo de la sabiduría universal. Es el reencuentro con los antepasados y el fin del tiempo y el espacio.

El ritual funerario de los otavaleños aún permanece inexplorado en su real valor cultural para el occidente, donde la muerte "se ha perdido", causando una patología psicosocial endémica. Lograr que nos escuchen y nos entiendan con nuestra diversidad es una meta que nos hemos propuesto para lograr un mundo unido y enriquecido en la diversidad cultural de los pueblos.

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